Hoy quiero hablarte desde un lugar muy personal, de esos donde una se da cuenta de que ha estado corriendo sin mirar el camino. Hay momentos en los que el cuerpo te avisa, pero tú sigues. Momentos en los que la mente dice «puedo un poco más», aunque el alma susurre «ya no». A veces no sabemos cuándo empezó el cansancio, solo notamos que estamos funcionando, cumpliendo, resolviendo, pero algo dentro ya no vibra igual.
He sentido eso en estos días. He notado que he ido dejando pedacitos de mí en cada rol, en cada proyecto, en cada compromiso que asumí con el deseo de estar para todos. Hasta que me vi frente a esa versión mía que sigue haciendo, pero ya no siente igual. Y entonces decidí parar. Hacer una pausa para volver a mí después de tanto hacer.
Desde mi experiencia en el sector inmobiliario y trabajando con asesores y equipos a través de mi programa Equilibrio Inmobiliario, sé que en este entorno se vive constantemente en modo hacer. Hay metas, clientes, negociaciones, llamadas, entrenamientos, cierres y una lista que parece no terminar nunca. Y mientras más hacemos, más parece que debemos seguir haciendo. Pero en medio de esa carrera, pocas veces nos detenemos a escuchar si seguimos en sintonía con lo que nos mueve.
¿Cómo nos damos cuenta de que necesitamos un reencuentro con nosotros mismos? No siempre hay una gran crisis que lo anuncie. A veces es una incomodidad leve, una sensación de vacío, un cansancio que no se va ni con el fin de semana libre. Es cuando ya no disfrutamos lo que antes nos llenaba, cuando la sonrisa sale pero no llega al alma, cuando el cuerpo está presente pero la mente está lejos. Esa es la señal. No es flojera ni falta de ambición: es el alma diciendo «te estás olvidando de mí».
Desde la psicología del bienestar sabemos que lo primero que necesitamos es detenernos sin culpa. No para rendirnos, sino para escucharnos. Para dejar que el cuerpo descanse y la mente se aquiete lo suficiente como para que el corazón vuelva a hablar. Reconectar con lo simple: dormir bien, caminar sin prisa, respirar de verdad, escribir lo que sentimos, pedir ayuda si hace falta. Y sobre todo, recordar que no podemos sostener lo externo si lo interno está agotado.
En mi caso, estoy en ese proceso de pausa y reencuentro. Descubriendo que volver a uno mismo no siempre es regresar a lo que uno fue, sino permitirse ser desde un lugar más consciente, más liviano y más real. Y en este camino de regreso a mí misma, vuelven a mi memoria las palabras de un texto teatral:
«Yo me miro y no me encuentro. Hace tiempo que no sé quién soy, pero sé que quiero volver.»
Si te resuenan estas líneas, si tú también te miras y no te reconoces, si te estás perdiendo frente al espejo pero anhelas volver, recuperar esas partes de ti que te hacen único, que te hacen humano: no lo pienses. No tengas miedo de parar.
Las pausas no son rendición, son recalibración. Y al final, dejan las recompensas más valiosas: el equilibrio y el bienestar que ningún cierre millonario puede comprar.
Porque de nada sirve tenerlo todo, si te pierdes a ti en el camino.
