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Las pulperías: Donde la comunidad se encontraba para socializar

SANTO DOMINGO.- Recuerdo la pulpería de mi abuelo materno Polo, allá, en la otrora aguerrida y fértil ciudad de mi infancia, Moca, en la  provincia Espaillat, República Dominicana.

 Su establecimiento comercial estaba ubicado en el barrio Puerto Rico. Un local angosto de madera y techo de zinc, siempre  oloroso a  miel fresca y habichuelas recién puestas para la venta al público. Una pequeña tienda de alimentación bien surtida a  principios de los años 70 con todo lo necesario para sobrevivir en el contexto de una “pobreza solemne” como proclamaba en su obra y vida Gabo, el gran escritor colombiano. Gabriel García Márquez.

Estaba localizada en Moca cerca del mercado y los burdeles y billares de baja ralea. Ofertaba  sendos barriles de miel de abeja con cientos de reinas voladoras abrazando los recipientes y picando al que se dejaba picar;  sacos de arroz y de habichuelas rojas y negras; dulces artesanales sobre el mostrador – de coco, leche, raspadura, cajuil, carambola y bienmesabe gratinado con una corona de suspiros duros y secos, multicromáticos  y sabrosos.  

A las personas de la comunidad de mayor confianza y necesitados de una libra de arroz,  le vendía a crédito  -fiao- cuyas cuentas no pasaban  de 100 pesos, una cantidad astronómica para la época.

¿De dónde vienen las pulperías en Republica Dominicana?

A mediados del siglo XVI, en pleno apogeo de las colonias españolas en América Latina y el Caribe, nacen las pulperías, término que viene del quechua pulpería, relacionado con mercancías variadas. Equivalía a las proveedoras por excelencia de artículos y accesorios vitales para la vida cotidiana. “El almacén del pueblo”.

En México, el término pulpería devino por vender una bebida alcohólica denominada pulque, elaborada con la savia fermentada del maguey. Es tradicional en el centro de ese país, donde se ha producido durante milenios.

Durante el siglo XIX, especialmente en los pueblos y campos, las pulperías se convirtieron en centros económicos y sociales y funcionaban muchas veces en casas particulares, con un mostrador improvisado, a veces hecho de madera, cartón, entre otros materiales. Eran lugares de convivencia social: se jugaba dominó y se conversaba de política; a veces fungía de «noticiario» de la comunidad, donde se difundían y comentaban los «chismes» y novedades del momento.

En los tiempos de mi abuelo Polo, su pulperíase curaba con remedios caseros provenientes de plantas como la tua tua y el  palo de guayacán. ¿Se acuerdan de las velas de sebo de color marrón? Con ellas se iluminaban los días y las noches. Igualmente cuadros de santos, gladiolos  para las honras fúnebres  y pócimas para los dolores.

Eran el centro social de las clases sociales humildes de la población. Allí se reunían los “locos del barrio”,  los borrachones con los cuentos más picarescos, los más  burlones y cuerderos , los galleros de patio al regresar de sus peleas, los jugadores  de dados y barajas y los antecesores de los estafadores de juegos de azar, donde  bebían chatas de Ron Palo Viejo en los vasitos cortos a manera de petacazos.

Transición

A partir de la primera mitad del siglo XX, las pulperías empezaron a transformarse en colmados, que ofrecían un servicio más organizado, con mayor surtido y control. El término fue sustituyendo el de pulpería, aunque en algunos pueblos aún se conserva en la memoria oral.

Los colmados, a diferencia de las pulperías, se consolidaron como negocios familiares más formales, con estanterías, balanzas y productos envasados.

Un estudio de Emevenca del año 2024 reveló que en el país existen más de 65 mil colmados.

Las pulperías, de bucólicas y románticas, se convirtieron en los “bares” de las comunidades, barrios, provincias y pueblos, caracterizado por música estruendosa que arrebata la paz de sus vecimos. Ahora el colmado es un espacio lúdico para beber, enamorarse  y surtirse de apenas lo más mínimo: agua potable, algún puesto de empanada para desayunar o usado para rellenar la despensa, mientras llega el día del supermercado.

Ellas representan un símbolo del comercio popular dominicano, que hoy sigue siendo central en la vida barrial y rural.

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José Arias
José Arias
Periodista y escritor. Autor de Marginalia. Fundador de la sección “Andamio Cultural" del periódico El Inmobiliario
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