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Por José Arias

El Inmobiliario

SANTO DOMINGO.- Alguna vez la Casa Vapor nos ha llamado la atención por la extrañeza de un barco casa a punto de navegar en medio de la ciudad. Rara e inigualable en una metrópolis sembrada de torres y altos edificios.

En sus años mozos, la edificación recreaba olas marinas, cubierta de nave y hasta las claraboyas que todos hemos visto en las películas con guiones marinos o similares. Su nombre original fue Vitalicio.

El inmueble de dos plantas cuya proa mira al oriente está ubicado en la avenida Francia esquina Doctor Delgado casi justo en la frontera de tres importantes sectores capitaleños: Gazcue, San Juan Bosco y San Carlos. A lo largo de décadas ha servido de residencia familiar, restaurante y hotel.


Historia

El diseño y construcción de esta hermosa y singular residencia data de 1936. A cargo del prestigioso ingeniero y arquitecto Henri Gazón Bona (1909-1982). Sus terrenos formaron parte de la propiedad del padre de Gazón Bona, Louis Gazón, propietario del Hotel Francés de entonces de la Zona Colonial.

Al talento de este arquitecto dominicano también les debemos una serie de obras que hasta el día de hoy mantienen su vigencia. Obvio, todas ordenadas por Trujillo.

Nos referimos a las iglesias de San Cristóbal y San Juan de la Maguana, las primera fortalezas militares en la Línea Fronteriza , el Mercado Modelo de la Avenida Mella, y por supuesto, los sobrios y uniformes Partidos Dominicanos a lo largo y ancho de la geografía nacional

Por “desavenencias” con Trujillo, el arquitecto, músico y astrónomo Gazón Bona se vio obligado a abandonar el país en 1954. ¿La razón de su involuntario exilio?

Al hombre fuerte y sus allegados rechazaron el diseño del Castillo del Cerro, otra obra del genio y talento de Don Henri construida en una colina al sur de la provincia de San Cristóbal.

“La molestia” del dictador con el Castillo del Cerro llegó al punto de jamás vivió en el inmueble y sus visitas al mismo fueron escasas.

En sus años de juventud, Casa Vapor tuvo quien le cantara. “Cuyas airosas líneas marineras campeaban sobre un apacible mar de grama. Con su proa al oriente, la rara nave oteaba el horizonte”, escribió el destacado intelectual Gimbernard.