Hemos roto con la misión de nuestra columna pues en un ambiente de alta criminalidad no germina la inversión, ni las iniciativas de progreso, ni mucho menos las posibilidades de que los más pobres trasciendan a ambientes capaces de impulsar su bienestar económico y, sobre todo, su merecido acceso a una vivienda digna. La criminalidad lo arrastra todo hacia el caos y la incertidumbre.
Por Melchor Alcántara
A todos nos queda claro que el control de la criminalidad es un factor determinante para el desarrollo nacional. La etapa post-covid que vive la Republica Dominicana está marcada por múltiples factores de conveniencia económica que demandan orden social. Auge del Turismo, crecimiento indetenible de la construcción, incremento en las exportaciones, apetito por la inversión local de agentes extranjeros, auge sin precedentes del sector industrial. Si bien el estado muestra sus mejores intenciones de preservar el orden social requerido y altamente necesario como soporte al desarrollo que exhibe el sector privado, definitivamente algunas de sus iniciativas claves no están conduciendo a ningún resultado.
“Bulto y movimiento” grita un dicho popular que alude perfectamente a lo que observamos en torno a las iniciativas estatales sobre control de la criminalidad. Todo se reduce a reuniones, cambios cosméticos, anuncios de prensa, comparaciones con gobiernos pasados; sin que se haga el más mínimo esfuerzo de entender las causas de la criminalidad y las consecuencias nefastas en términos de la imagen país y desarrollo nacional, sin desdeñar la tranquilidad que merece la familia dominicana. Ya esta semana el departamento de estado de los EEUU ha emitido un comunicado en el que advierte a sus ciudadanos el peligro que representa visitar la República Dominicana a la luz del alto índice de criminalidad alcanzado en los últimos meses.
Esta problemática tiene ya ribetes cancerígenos en la sociedad, porque los moradores de los barrios donde la criminalidad es más alta participan de una complicidad imbuida por el miedo con lo cual se resisten a denunciar a delincuentes que, para colmo de males, cuentan con diversos niveles de conexión con miembros de los servicios de seguridad. De manera que las denuncias que pudiese hacer un ciudadano en esas zonas suelen disparar por la culata al denunciante. Esto nos dice claramente que la enfermedad se ha transmitido a los mismos organismos destinados a prevenir la delincuencia que se quiere erradicar. Cada vez más los mecanismos de inteligencia interna de nuestros cuerpos de seguridad deberán dedicar mas tiempo a la investigación de sus propios miembros.
Ante los hechos, las autoridades muestran a la población por los medios de prensa sus mejores números buscando frenar el escape de popularidad que esto les acarrea. No soy experto en temas de seguridad pero me pregunto: cuántos casos de reincidencia conocen los tribunales penales a diario en comparación con casos de primer delito? Y los destacamentos, cuantos reincidentes capturan con relación a delincuentes de primera perpetración?, cuantos funcionarios caen en el año en manos de la justicia por colaboración dada a delincuentes para la perpetración de sus delitos?, cuáles medidas diferentes a los rancios anacronismos del pasado ha implementado la presente administración? Sigue un preso dentro de los recintos carcelarios teniendo acceso a armas?, celulares? drogas?.
El estado, en lo relativo a la designación de funcionarios en organismos destinados a combatir la seguridad nacional debe madurar de una vez por todas y nombrar sus funcionarios basado en sus meritos académicos y experiencia probada y no por meritos políticos o recomendaciones interesadas. Demás esta mencionar que la seguridad nacional se ejerce con mínimo equipamiento. Falta inversión en esa área. Mientras peligrosas bandas de narcotraficantes y sicarios se arman con peligrosas armas de guerra, nuestros agentes del orden son lanzados a la calle con niveles de precariedad apreciable.
Las estrategias de Estado diseñadas para el ataque a la delincuencia son hoy por hoy una prioridad nacional. El sector construcción, que ha sabido mantener su crecimiento en todas las aguas por los últimos 30 anos, ve con mucha preocupación el auge inaudito alcanzado por la delincuencia en los últimos meses. Las soluciones no tenemos que inventarlas. Las experiencias positivas de otras naciones con situaciones aun peores nos pueden servir de ejemplo. No aceptamos excusas de ninguna índole que no sean soluciones eficaces. Nuestros oídos estarán cerrados y solo aceptaremos y reconoceremos hechos concretos que tiendan a la solución de este grave problema. La preservación del desarrollo nacional transita por la ruta de la paz de nuestras ciudades y barrios. En la medida que exhibamos ambientes bajos en delincuencia tendremos un mayor crecimiento inmobiliario con acceso a mejores posibilidades en nuestro turismo y nuestro mercado inmobiliario dirigido a los turistas que nos visitan.
Actualmente regiones como Punta Cana y Bávaro en el Este, así como Santiago en la zona Norte, dependen de bajos niveles de criminalidad para potenciar los grandes proyectos que se desarrollan en la zona. Tanto los turísticos como los inmobiliarios. Fue mucho lo que se habló en campaña sobre la sobrada capacidad de los actuales incumbentes para afrontar la criminalidad. Donde están esos hombres? Donde están aquellas estrategias? Actualmente la población vive en un creciente estado de zozobra por el incremento de una criminalidad que parece desbordar la capacidad del gobierno.
Hemos roto con la misión de nuestra columna pues en un ambiente de alta criminalidad no germina la inversión, ni las iniciativas de progreso, ni mucho menos las posibilidades de que los más pobres trasciendan a ambientes capaces de impulsar su bienestar económico y, sobre todo, su merecido acceso a una vivienda digna. La criminalidad lo arrastra todo hacia el caos y la incertidumbre.
El autor es:
Abogado, experto en finanzas, coordinador del Observatorio Nacional de la Construcción (ONIC).