Ocurrió en 2007, pero todavía lo recuerdo con nitidez. Llovía sin parar desde hacía días. La tormenta tropical Noel había entrado con una fuerza inesperada y en cuestión de horas convirtió muchas zonas residenciales de la ciudad en islas aisladas por el agua. Las noticias hablaban de emergencias, pero lo más impactante no estaba en la televisión. Estaba en las caras de la gente: familias atrapadas en segundos niveles, transformadores apagados, escaleras colapsadas, calles desaparecidas bajo el lodo.
Cuando retorné a mi oficina, días despues un cliente me llamó desde uno de sus proyectos recién entregados. “No había luz, no había salida, se había inundado hasta el soterrado del parqueo”, me dijo. Y luego, con una mezcla de frustración y angustia: “Esto no puede volver a pasar”.
Ahí entendí que algo tenía que cambiar. Que en el Caribe, la arquitectura no podía seguir pensándose en tiempos de sol.
La tormenta Noel dejó más de 70 muertos en el país y miles de viviendas afectadas. Pero también dejó una lección: los edificios no están diseñados para resistir las realidades climáticas que ya estamos viviendo. Y si bien hemos avanzado en estética, densificación y eficiencia de costos, hemos sido lentos en integrar resiliencia real en el diseño habitacional.
Hoy, el desafío del multifamiliar en el Caribe es más complejo. La amenaza no viene solo del viento. Viene del agua, del calor extremo, de la interrupción de servicios básicos, de la fragilidad urbana. Nuestros proyectos deben dejar de pensar únicamente en el cómo se ve y empezar a responder más activamente al cómo funciona cuando todo lo demás falla.
Una vivienda resiliente no es solo más fuerte: es más inteligente.
Es una vivienda que piensa en la ventilación cuando no hay energía. Que permite circular aún con agua en las calles. Que preserva el confort térmico con o sin aire acondicionado. Que incorpora zonas comunes como núcleos de apoyo durante emergencias. Que no solo protege, sino que cuida.
Desde el punto de vista técnico, esto implica transformar nuestras prácticas:
- Leer el microclima con precisión: orientación, ventilación natural y zonas de sombra activa.
- Trabajar con materiales de baja transmitancia térmica y buena resistencia a la humedad.
- Incluir sistemas de captación pluvial, almacenaje de emergencia y drenaje pluvial más eficiente.
- Elevar transformadores, áreas técnicas y sistemas esenciales fuera del nivel de riesgo.
- Diseñar núcleos verticales seguros e iluminados naturalmente, zonas híbridas para usos múltiples y espacios comunitarios que sirvan en tiempos de crisis.
Este tipo de diseño no solo tiene sentido social. También tiene lógica financiera.
Según el Global Resilience Index Initiative, los desarrollos que integran estrategias de resiliencia aumentan su valor entre un 7% y un 12%, reducen vacancia tras eventos climáticos y bajan significativamente el costo en seguros. Invertir en resiliencia no es un gasto adicional: es una decisión estratégica.
Pero sobre todo, es una decisión humana. Porque nada genera más confianza en un cliente, en un inversor o en una familia, que saber que su vivienda resistirá —y responderá— cuando el entorno se vuelva hostil. Que ese edificio no solo fue diseñado para la venta, sino para la vida real.
El futuro multifamiliar del Caribe tiene que ser más que un conjunto de unidades. Tiene que ser una plataforma de vidacapaz de adaptarse, proteger y sostener. Y para lograrlo, necesitamos diseñar con más datos, sí. Pero también con más memoria, más empatía, y más visión.
Noel nos habló hace casi 20 años. Hoy, el clima sigue hablando. La pregunta es si esta vez vamos a escuchar.

