A diario recibimos con espanto las noticias de las redes sociales y de los medios de comunicación reseñando hechos lamentables en los que seres humanos mueren víctimas de la violencia que azota la sociedad dominicana.
Sin medir clases sociales, edades ni géneros, la criminalidad sigue acechando y tomando las calles, ensañándose contra gente joven, inocente, valiosa, trabajadora, valores útiles que injustamente pagan por un sistema deficiente y sin garantías para sus ciudadanos y ciudadanas.
Parece que la vida perdió sentido, los gatillos se disparan como si se tratara de un juego, donde seres humanos se cazan como diversión. La situación es preocupante y los temores expresados por la población no admiten discusión, la violencia arropa nuestras calles cada día.
Muchas (os) Leslie pierden la vida diariamente a consecuen10cia del salvajismo despiadado que sin mirar fronteras, se posa sobre familias completas, cuyas desgarradoras escenas espantan y socavan la tranquilidad del más insensible.
Es cierto unos casos trascienden más que otros, algunos se llevan más titulares, pero a fin de cuentas se trata de seres humanos que se apagan en medio de una repudiable violencia, dejando una estela de sufrimiento, dolor, complejos de culpa, impotencia, trastornos y daños emocionales irreparables.
Es necesario parar ya el derrame. El Estado como garante de las políticas públicas está llamado a profundizar las raíces de este desenfrenado mal . La mentalidad policial debe transformarse y renovarse, dejar atrás los métodos cavernarios, donde la salida más fácil y recurrente, con frecuencia, es disparar sin reparos.
Mentes desequilibradas y corrompidas que representan un peligro para la población no deben portar armas ni representar los organismos de seguridad del Estado. Esta sociedad merece mejor destino.
La orfandad nos invade por doquier. No solo la que sufren los hijos e hijas de padres y madres que se marchan a destiempo por culpa de la violencia fatal; también la de una población sin seguridad ni garantías, aquella que encuentra la muerte mientras huye despavorida del delincuente y del policía porque a fin de cuentas es peor la cura que la enfermedad.