No estás agotado porque haces mucho. Estás agotado porque cambias de foco todo el día.
Hay una diferencia brutal entre trabajar duro y vivir en estado de fragmentación constante.
Muchos líderes no están cansados por exceso de trabajo. Están exhaustos por falta de continuidad. Por pasar del Excel a la llamada, del conflicto al WhatsApp, de lo estratégico a lo operativo… sin cerrar nada del todo.
Harvard Business Review lo explicó en un artículo reciente: el agotamiento ejecutivo no siempre viene por volumen, sino por saltos de contexto no gestionados. Lo llaman «context switching burnout». Cada vez que cambias de enfoque, tu cerebro gasta más energía para recuperar profundidad. Hazlo 30 veces al día y entenderás por qué terminas drenado, aunque no hayas producido nada tangible.
En dirección, esta dinámica se vuelve crítica. Porque cuando el líder pierde la capacidad de pensar en profundidad —de analizar con calma, de ver el tablero completo— todo el equipo empieza a operar en automático. Y lo urgente le gana a lo importante. Siempre.
McKinsey & Company propone algo que deberíamos adoptar como estándar: alternancia intencional entre enfoque profundo y visión panorámica. No es una agenda llena de tareas, sino una agenda que sepa cuándo pensar y cuándo ejecutar. Silencio real para decisiones reales. Bloques de estrategia sin interrupciones.
Y después, sí: espacios para revisar, ajustar, coordinar, apagar fuegos si hay que hacerlo.
Pero no al mismo tiempo. Porque cuando todo es simultáneo, el pensamiento se vuelve superficial. Y el liderazgo también.
¿La solución? No es hacer menos. Es proteger el tipo de energía que usas para cada cosa.
Pensar no es una tarea más. Es un modo que requiere condiciones. Y si no lo blindas, se te va.

