Hay palabras que hieren más que el silencio. Y en tiempos en los que un simple clic basta para emitir juicios, parece que todos llevamos un juez en el bolsillo. El pulgar arriba o abajo se ha convertido en una especie de sentencia express. Hoy quiero detenerme en ese hábito que, aunque disfrazado de opinión, desgasta más de lo que construye: la crítica.
Antes de continuar, confieso que yo también he estado ahí. He señalado, opinado y juzgado más veces de las que quisiera admitir. Hubo un día en que me detuve y me pregunté: ¿qué gano con esto? ¿Qué estamos construyendo al hablar del error ajeno? Esa pregunta me cambió la mirada.
¿Por qué caemos en la crítica?
Criticar es fácil; comprender exige más. A menudo juzgar nos da una sensación de control o superioridad, como si al señalar el fallo ajeno pudiéramos esconder el nuestro. Psicólogos sociales coinciden en que la crítica negativa nace de una necesidad del ego: reforzar nuestra autoestima disminuyendo a otros.
En el mundo inmobiliario esto es evidente: colegas desacreditando a otros agentes, empresas atacando a la competencia, clientes cuestionando proyectos sin conocerlos. Pero esta conducta no es patrimonio del sector; es humana. Muchas críticas esconden inseguridad, frustración o envidia. Apuntar al error ajeno puede darnos alivio momentáneo, pero erosiona relaciones a largo plazo.
El impacto de la crítica según los expertos
Estudios en psicología organizacional advierten que la crítica constante crea ambientes de desconfianza. Investigaciones de la Universidad de Wake Forest revelan que quienes critican con frecuencia suelen proyectar sus propias insatisfacciones, debilitando no solo sus relaciones, sino también su percepción de sí mismos.
En entornos laborales, esta práctica se convierte en un arma de doble filo: mina la motivación, genera distancia y hace que el error se viva con miedo. En nuestra industria, donde la confianza es clave, ese precio es demasiado alto.
Cómo dejar de criticar
Dejar de criticar no significa callar siempre ni ignorar lo que debe corregirse. Se trata de aprender a construir. Opinar con intención de aportar es muy distinto a señalar solo para destruir. Aquí algunas ideas:
Haz una pausa antes de hablar. Pregúntate si tus palabras suman o solo descargan tu frustración.
Convierte la crítica en propuesta. Señalar lo que está mal no es suficiente; ofrecer soluciones es más valioso.
Obsérvate. Muchas veces criticamos lo que nos incomoda de nosotros mismos.
Practica la empatía. Ponte en el lugar del otro: ¿cómo recibirías esas palabras?
Elige el silencio cuando sea necesario. No todo merece una opinión.
El sector inmobiliario necesita menos voces que juzguen y más manos que construyan. La crítica negativa es un elipsis que corroe relaciones y oportunidades. No será sencillo, pero sí urgente: cambiemos la costumbre de señalar por la voluntad de aportar.
Al final, los clientes no solo compran propiedades: compran confianza. Y esa confianza comienza en la manera en que hablamos y nos tratamos.