A propósito de que el pasado 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, hoy traigo a colación el poema que escribió Pedro Mir, «Amén de mariposas», un verso que resuena con urgencia: «Hay columnas de mármol impetuosas, no erigidas en el tiempo, que no pueden resistir la muerte de ciertas mariposas». El poeta hablaba de estructuras monumentales que se desmoronaban ante el peso moral de la injusticia. Pero esa imagen cobra otro significado cuando pensamos en las mujeres del sector construcción e inmobiliario como esas columnas.
Son columnas. Sostienen equipos comerciales, lideran departamentos, negocian contratos millonarios, supervisan obras, coordinan desarrollos. Están erigidas en el tiempo, ocupando espacios que hace décadas les fueron vedados. Pero he aquí la paradoja brutal: si para mantenerse erguidas deben estar constantemente en modo supervivencia, esquivando violencia de género, resistiendo microagresiones, justificando su presencia, esas columnas inevitablemente se erosionan. Se agrietan. Eventualmente, se desvanecen.
Cabe resaltar que la caída de las hermanas Mirabal en 1960, tres mariposas asesinadas por atreverse a desafiar la tiranía de Trujillo, marcó un punto de inflexión histórico. Décadas después, la violencia contra la mujer persiste, aunque con rostros más sutiles, más difusos, más difíciles de nombrar. Y el sector inmobiliario, con su cultura de negociación agresiva y sus estructuras históricamente masculinas, no está exento de estas dinámicas.
He observado cómo las mujeres del sector enfrentan una violencia que rara vez deja marcas visibles. Es la microagresión disfrazada de halago, el comentario sobre la apariencia en medio de una presentación de proyecto, la duda sistemática sobre la capacidad técnica. Es la extorsión velada, donde acceder a ciertos círculos de poder requiere tolerar insinuaciones o «favores» que jamás se le pedirían a un colega varón. Es la seducción deliberada como estrategia para desestabilizar, para recordar que antes que profesionales, son cuerpos disponibles para la evaluación masculina.
Pero quizás la violencia más insidiosa es la que se ejerce entre las propias mujeres del sector: esa falta de sororidad con la que se juzga a otra que alcanza una posición de liderazgo, asumiendo automáticamente que llegó por méritos ajenos a su talento profesional. Cada vez que se perpetúa esa narrativa, cada vez que se mira con suspicacia el ascenso de una colega, se refuerzan las mismas estructuras que oprimen a todas.
No podemos construir un sector inmobiliario sostenible sobre cimientos de violencia normalizada. No podemos hablar de desarrollo y crecimiento mientras las mujeres que sostienen estos proyectos deben invertir más energía en defenderse que en crear. El legado que debemos construir no es solo de edificios y urbanizaciones, sino de dignidad laboral, de respeto profesional, de sororidad activa.
Las Mirabal no murieron para que décadas después se siga tolerando violencia, así sea con traje corporativo y contrato firmado. Ellas fueron mariposas que sacudieron columnas enteras. Las mujeres del sector pueden ser las columnas que finalmente resisten, no por aguantar el peso de la violencia, sino por negarse a cargarla.

