Por Melchor Alcántara
Si observamos de forma crítica el desarrollo urbano de nuestras principales ciudades llegaremos a la lamentable conclusión de que no hemos tenido un plan de desarrollo decente en términos de lo que queremos lograr como país. Múltiples factores afectan este desarrollo. El primero de todos es que nuestros ayuntamientos no han tenido, ni tienen (salvo escasas excepciones) personal que entienda, ni tan siquiera mínimamente, lo que es una planificación urbana. En lo atinente al desarrollo urbanístico se limitan a establecer linderos, alturas y densidades. Es todo. Si quieres instalar un edificio rojo justo al lado de la plaza de la bandera, o del palacio nacional, bienvenido sea. Ese edificio es suyo. El color lo decide usted. No combina pero “alla ute”.
Quedo maravillado con la planificación urbana de ciudades mundialmente conocidas por su belleza arquitectónica en las que se observa un criterio de desarrollo urbano que data, en algunos casos, de miles de años. Y es que la planificación urbanística es una actividad surgida en los mismos albores de la civilización. Sistemas de drenaje, sistemas de alumbrado, configuración de las vías (muchas de las que se planificaron hace cientos de años aun hoy son eficientes), determinación de estilos, linderos, niveles, decoración, densidades, áreas verdes, entre otros factores no menos importantes, se conjugan para dar forma a ciudades que son el deleite de miles de turistas que las visitan atraídos por la belleza sin precedentes que exhiben.
Debo suponer que, detrás de tal belleza, se esconden miles de historias y eventos en los que hubo que sacrificar el interés particular de algún constructor o ciudadano para preservar el concepto preconcebido. Impresiona que generación tras generación los hombres a los cuales les fue confiada la labor de preservar el desarrollo urbano, cuidaron de no alterar los conceptos iniciales de tales metrópolis y mejor que eso, se dedicaron a mejorarlo. Esa labor de cuido y celo por el ornato urbano es hoy su mayor fuente de ingresos, dada la gran cantidad de turistas que atraen.
El factor común en estas ciudades es el orden, la armonía; factores estos determinados por la educación. Pero, era más educado un ciudadano egipcio nacido tres mil años antes de Cristo que un planificador urbano de una de nuestras ciudades turísticas en pleno siglo 21? Cuando pienso esto me surge agregar que como orden debemos entender también el debido celo de las autoridades encargadas del respeto al ornato urbano.
En nuestra pequeña isla, en cambio, vemos de todo. Por mencionar casos vemos que los ayuntamientos permiten que en las distintas calles y avenidas los constructores propongan edificios con un nivel de libertad tal que sencillamente nada combina. En una misma via podemos ver multiplicidad de linderos, alturas, terminados, densidades, estilos, convirtiendo la ciudad en un desaguisado enjambre de edificaciones que como conjunto no aportan absolutamente nada al debido ornato que requiere el complejo entramado de una ciudad. Siguiendo el análisis vemos también que en cada sector se forma un barrio. Invasores aprovechan la debilidad institucional de los gobiernos locales e instalan miles de casuchitas ocupadas por cientos de miles de gente. Estos sectores, muy visitados en épocas de campaña por aspirantes a nominaciones políticas, se convierten en verdaderos trastornos al desenvolvimiento de zonas enteras que sin estas invasiones gozarían de mejor estilo de vida.
En zonas turísticas el asunto es aun mas grave. Exceptuando Punta Cana, todos nuestros polos turísticos están totalmente arropados por la improvisación. Desde que una zona muestra signos de interés turístico, invasores improvisados instalan desde prostíbulos hasta bancas de apuesta pintadas con colores lumínicos, pasando por colmadones, discotecas y un sin número de tarantines improvisados en los que se encuentra de todo pero que son un verdadero ejemplo de la ausencia de planificación urbana y falta de conciencia del esfuerzo que toma desarrollar una marca turística, convirtiendo las posibilidades de esas latitudes en zonas propensas a la delincuencia, lo cual provoca el éxodo de los turistas a destinos que sí cuidan sus ciudades.
Sostengo que en zonas turísticas el ornato de las ciudades circundantes debe ser manejado por una institución de carácter nacional con envergadura para poder establecer estándares y criterios aptos para el plan de desarrollo turístico de cada zona. Un buen estándar urbanístico aleja la delincuencia y promueve la inversión, atrae turistas y mejora las condiciones de vida de los habitantes. De la misma forma, en nuestras principales ciudades se requiere de mayores controles. El desarrollo humano y económico de las naciones se expresa en la construcción de edificaciones capaces de impresionar el intelecto humano. Con más control podemos lograr mejor efecto en el indetenible desarrollo inmobiliario que muestra nuestra querida isla. Podemos lograrlo. Por qué no?
El autor es:
Abogado, con maestría en altas finanzas, coordinador general del Observatorio Nacional de la Industria de la Construcción (ONIC).