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Navidad: entre la fe cristiana y las antiguas fiestas del invierno

En un mundo marcado por el exceso y la prisa, hay que celebrar con alegría, pero también con moderación física y espiritual, un mensaje que interpela tanto la vida íntima como la vida colectiva, incluso en el ámbito empresarial. Recuperar ese sentido profundo es, quizás, el mayor desafío y la mayor oportunidad de nuestra época.

SANTO DOMINGO. –  La celebración de la Navidad, tal como la conocemos hoy, es el resultado de una larga historia en la que se entrelazan la tradición cristiana y las antiguas festividades paganas del invierno europeo, aunque en todas las versiones tiene un sentido profundo: la esperanza, la renovación y la comunidad, que se ha mantenido a lo largo de los siglos, aunque con formas distintas según las épocas.

Es una celebración muy arraigada en el país, que la vive de distintas maneras, con intensidad caribeña.

En República Dominicana, Navidad nos acompaña desde el siglo XV, cuando se levantó el primer asentamiento europeo en la isla, que en lengua arawaka se llamaba Quisqueya. El “Fuerte de la Navidad”, fue levantado en la costa norte (hoy Cabo Haitiano) con los restos de la carabela Santa María, que encalló el 24 de diciembre de 1492 y el nombre, dado por la fecha de Nochebuena, quedó como símbolo de un encuentro histórico.

La historia cristiana

El mundo cristiano celebra la Navidad en conmemoración del nacimiento de Jesucristo en Belén, según los evangelios de Mateo y Lucas. Aunque la fecha exacta no se menciona en la Biblia, la Iglesia cristiana estableció el 25 de diciembre como día de celebración a partir del siglo IV después de Cristo (D.C.), durante el pontificado del papa Julio I

Y la elección no fue casual, pues esta fecha coincidía con las festividades paganas del solsticio de invierno, lo que facilitó la integración de los nuevos creyentes, como forma de que abrazaran la fe cristiana en una fecha que para ellos también era significativa.

Para los cristianos, la Navidad simboliza la encarnación de Dios en la tierra, un mensaje de esperanza y salvación que transformó el sentido de las fiestas de invierno en una celebración espiritual y comunitaria.

Yule: la fiesta germánica del sol renaciente

El Yule, era una celebración europea, de los pueblos germánicos y escandinavos, que coincidía con el solsticio de invierno (21–22 de diciembre) y se extendía por doce días. Sus raíces son prehistóricas en comunidades agrícolas del norte de Europa, aunque la primera documentación escrita proviene de la época vikinga, en los siglos VIII–XI d.C.

Era una fiesta dedicada al renacimiento del sol y a la esperanza de la primavera. Se encendía un tronco de abeto, pino o acebo como símbolo de luz y protección, y se compartían banquetes comunitarios. Según la historiadora Hilda Ellis Davidson, “Yule era un tiempo de renovación cósmica, donde la oscuridad cedía paso a la promesa de la luz”. Muchas tradiciones actuales, como el árbol, las coronas y los banquetes, tienen raíces en Yule.

La fiesta romana de la igualdad

En Roma, las Saturnales o Saturnalias, se celebraban entre el 17 y el 23 de diciembre, en honor al dios Saturno y son fiestas tan antiguas como la época republicana y el Imperio romano en los siglos III antes de Cristo y IV después de Cristo.

Durante esos días se suspendían las normas sociales: los esclavos eran servidos por sus amos, se intercambiaban regalos y se organizaban banquetes públicos. El historiador Macrobio describe que “la libertad y la igualdad reinaban en las Saturnales, como un recordatorio de la edad dorada de Saturno”. Esta inversión de roles y el espíritu festivo influyeron directamente en la manera en que se configuró la Navidad como tiempo de convivencia y generosidad.

Esperanza, desde la prehistoria

Más allá de festividades específicas, el solsticio de invierno era celebrado en toda Europa como un momento de renovación espiritual. Sus prácticas se remontan al Neolítico, unos 3 mil años antes de Cristo, como lo evidencian monumentos megalíticos como Stonehenge en Inglaterra, construido para marcar y agradecer la salida del sol en el día más corto del año.

El arqueólogo Mike Parker Pearson señala que “el solsticio era un marcador de esperanza, un calendario espiritual que unía a las comunidades en torno al ciclo de la naturaleza”. La observación del cielo y el regreso progresivo de la luz son aún símbolos universales de continuidad y vida.

Desde el Fuerte de la Navidad en Quisqueya hasta los banquetes de Yule y las Saturnales romanas, la fiesta ha sido siempre un espacio de esperanza compartida.

Estas celebraciones, aunque diversas en tiempos, forma y creencias, comparten un mismo propósito: equilibrar cuerpo y espíritu en medio del invierno, al finalizar el año. El banquete moderado, la inversión de roles sociales y la conexión con la naturaleza, eran maneras de recordar que la vida no se reduce al consumo, sino que requiere introspección y cuidado.

Vista así, la Navidad es heredera de siglos de rituales que buscaban luz en la oscuridad y la verdadera claridad no está en las lucesitas, sino en nuestra capacidad de vivir con comunidad, moderación y fe en la renovación.

Sabías que… los taínos en todo el Caribe hablaban la lengua arawaka
La Santa María, fue una de las tres naves en que llegaron Colón y los aventureros que le acompañaban. Encalló en la costa norte el 24 de diciembre de 1492 y, como toda la tripulación no cabía en las otras dos naves, el almirante ordenó levantar ese fuerte para dejar allí a su gente, mientras se daba una vuelta por la costa. Y como ocurrió el día de Nochebuena, le llamaron La Navidad.  Pero esa será otra historia, que contaremos luego en detalle. Arawak: Los taínos de Quisqueya hablaban variantes de la lengua arawak, una familia lingüística amplia que se extendía por el Caribe y parte de Suramérica. Según la procedencia, había diferencias dialectales, pero el tronco común era arawak.
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Solangel Valdez
Solangel Valdez
Periodista, fotógrafa y relacionista. Aspirante a escritora, leedora, cocinadora y andariega.
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