El liderazgo no es siempre una voz firme ni una decisión bien tomada. A veces es un silencio largo antes de hablar. Una respiración profunda antes de responder un mensaje que podría incendiarlo todo. Una pausa incómoda en una reunión donde todos esperan una solución que no tienes (todavía).
Hay días en los que sostener el centro es el acto más estratégico que puedes hacer.
Y paradójicamente, el que más se subestima.
Cuando todo parece estar fuera de control —una obra que se desfasa, un cliente que presiona, un proveedor que no cumple, un equipo que espera dirección— el instinto natural es apurarse, reaccionar, mostrar control. Pero la experiencia me enseñó que la prisa mal gestionada es enemiga del liderazgo. Y que mantener la calma no es debilidad.
Es el músculo invisible que evita errores costosos, conflictos innecesarios y decisiones reactivas que luego cuestan más que la crisis original.
¿Dónde se entrena eso? No en la obra. No en la oficina. Se entrena mucho antes.
Se entrena cuando decides no empezar el día desde el teléfono. Cuando haces espacio —aunque sea 10 minutos— para estar contigo antes de estar con el mundo. Cuando desarrollas un ritual que no depende de la motivación, sino de la conciencia: estar presente para poder pensar. Respirar para poder elegir. Vaciarte de ruido para poder sostener a otros.
En mi caso, ese ritual cambia según la temporada. A veces es meditación con los ojos cerrados. Otras es silencio con música instrumental, mientras repaso las tres decisiones clave del día. Hay días en que es ejercicio al amanecer para mover el cuerpo antes de que el sistema me arrastre. Lo importante no es la forma. Es la intención: no dejar que el día me encuentre desarmada.
Forbes habla de «presencia ejecutiva en incertidumbre», y aunque la frase suena elegante, lo que hay detrás es profundamente humano. Sostener el centro implica contener emociones propias sin anestesiarse. Aceptar que no todo se puede controlar, pero casi todo se puede dirigir mejor cuando hay perspectiva. Y entender que la calma no se comunica diciendo «tranquilos»… Se comunica con tu forma de estar. Con tu manera de caminar por el pasillo. Con tu rostro mientras escuchas. Con tu pausa antes de hablar.
El equipo lo siente. El cliente lo percibe. El proyecto lo agradece. No siempre se nota en el momento. Pero sostener el centro cambia el curso de las cosas. No porque lo controles todo, sino porque no dejas que el caos decida por ti.
