Decimos que necesitamos más horas, pero lo que realmente necesitamos es más claridad. En las últimas semanas he observado un patrón repetido en directivos que ya integran IA en su día a día: trabajan más rápido, sí, pero no necesariamente mejor. La herramienta acelera; el criterio ordena. Cuando falta lo segundo, lo primero solo amplifica el desorden.
Un estudio de Harvard Business Review reportó que los ejecutivos pierden, en promedio, el 28% de su semana en tareas administrativas y repetitivas que podrían ser automatizadas. Es una cifra incómoda, porque no habla de falta de recursos, sino de falta de intención. La mayoría de ese tiempo no requiere talento; solo requiere un sistema.
La IA ya puede asumir gran parte de ese desgaste: síntesis de reuniones, primeras versiones de informes, clasificaciones iniciales, filtrado de información. Sin embargo, muchos líderes siguen dedicando horas a lo que una máquina resuelve en minutos y minutos a lo que requiere presencia real: decidir, priorizar, pensar con perspectiva.
Lo crítico no es la herramienta, es la pregunta que obliga:
¿Dónde soy realmente indispensable y dónde actúo por inercia?
Cuando un directivo empieza a delegar en IA lo que nunca debió ocupar su agenda, ocurre algo simple pero profundo: el tiempo se expande. No porque ahora haya más, sino porque deja de diluirse en tareas sin impacto estratégico.
Y justo ahora conviene observar tu semana con más honestidad que rutina. No para añadir tecnología, sino para depurar ruido. La IA no te volverá más productivo si antes no decides dejar de invertir lo mejor de tu mente en lo menos relevante de tu agenda.
Lo que viene en los próximos días exigirá esa calidad de atención: enfocada, limpia, sin saturación innecesaria. Y esa claridad no se consigue trabajando más, sino trabajando desde un estándar distinto.


