Los detalles hechos con bejucos y ramas secas, crean una conexión con nuestra identidad y con nuestra tierra, que los diseñadores de interiores han sabido capitalizar hasta colocarlos en lugares exclusivos.
SANTO DOMINGO. – La Navidad dominicana es un “arroz con mago” de símbolos: pesebres bajo árboles nevados, coronas en las puertas, lucesitas por millares en las calles, Santa Claus, sus duendes y renos, el Cascanueces… hay de todo como en botica.
Entre todos, el charamico se alza como protagonista local, recordando que la fiesta no se reduce al consumo importado, sino que también se celebra con ingenio criollo. Ese ingenio que los diseñadores han valorado y llevado hasta los espacios más exclusivos de manera armoniosa.
Y aunque muchos prefieren el abeto (pino), natural o simulado en plástico, hay quienes prefieren un charamico hecho de ramas secas, recogidas y transformadas en arbolito, bola o reno, por manos artesanas.
Pintados de blanco para simular la nieve o de colores vivos como rojo y dorado, los charamicos son el verdadero protagonista cuando se habla de Navidad a la criolla.
Más que un adorno, son un espejo de nuestra identidad: rústicos y alegres, mezcla de lo sencillo y lo festivo. Cada diciembre, en la avenida Winston Churchill y algunos mercados de Santo Domingo, aparecen los charamicos, recordándonos que la creatividad popular puede reinventar símbolos universales y darles sabor dominicano.
Su estética criolla es única: pintados de blanco evocan la nieve que nunca cae en el Caribe, y en rojo o dorado celebran la abundancia y la alegría. Se transforman en árboles, estrellas, ángeles y pesebres, mostrando que la Navidad también se tropicaliza y se vive con sabor dominicano.
Este árbol artesanal nos invita a celebrar con alegría, pero también con moderación y orgullo de lo nuestro. Porque la Navidad, al final, es eso: esperanza compartida, comunidad viva y creatividad que florece incluso en lo más sencillo.


