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Aguinaldos: se desvanece la tradición que despertaba a un país

El término Aguinaldo tiene un significado paralelo: el que se cantaba y el gozo colectivo. En la memoria popular, ambas ideas siguen unidas: un aguinaldo era una canción que se caminaba, se desplazaba y se desparramaba con el rocío de la madrugada.

SANTO DOMINGO. –  Ábreme la puerta, ábreme la puerta, que estoy en la calle… Esta canción, interpretada a coro por los vecinos, en la madrugada, delante de tu puerta, a ritmo de güira, pandero, guitarra, tambora, acordeón si había y si no, con lo que apareciera que hiciera “música”, era el llamado a levantarse y poner a calentar el agua para el té de gengibre o el chocolate y lo demás lo traía la trulla: las risas, los abrazos, las sillas, el ponche y el pan.

A las arandelas, a las arandelas, a las arandelas de mi corazón…

Cada casa del barrio estaba medianamente preparada para ese “asalto”, pues nunca se sabía si te tocaría. El grupo se reunía sigiloso en el punto acordado y se desplazaban por las calles tocando puertas, levantando gente que se sumaba, hasta llegar a la vivienda elegida. Solo dos sabían cual sería la parada definitiva y con medio barrio despierto y en pie, empezaba la fiesta.

El aguinaldo, según estudios dominicanos sobre música tradicional, comenzó a ganar visibilidad pública entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX.

Esas rondas callejeras, profundamente comunitarias, con matices religiosos a veces y muy territoriales, se popularizaron y arraigaron en pueblos y barrios, gracias a su mezcla de religiosidad y jolgorio criollo, con niveles altos de seguridad ciudadana.

Y así fue hasta los años 80-90, cuando las ciudades empezaron a cambiar por la urbanización acelerada, y también el campo empezó a cambiar, debido a las olas migratorias hacia el exterior y gracias a los aportes de la diáspora.

Estos encuentros a deshora que alegraban a la mayoría y definieron una tradición, fueron desapareciendo cuando las casas bajas ganaron altura, cuando donde vivía una familia, empezaron a vivir ocho (ahora son decenas) y cuando la seguridad se volvió un bien de lujo.

Debido al cambio en las dinámicas sociales, con la reducción de la proximidad social y del uso común del espacio público, el ritmo de vida y barrios que parecen colmenas, la tradición se ha vuelto un recuerdo, que sobrevive solo en algunas zonas rurales, pocos barrios o en actividades organizadas por empresas.

¿Aguinaldo: canción o actividad?

En la República Dominicana se le llama indistintamente aguinaldo a la canción (villancico) o a la actividad misma, aunque el concepto era mucho más que la canción: era ese ritual comunitario en el que participaba toda la familia. Era, sobre todo, la caminata sonora que tejía comunidad.

Con el paso del tiempo, el término también pasó a nombrar las piezas musicales que lo acompañaban y en la radio, los discos y las primeras agrupaciones típicas que fijaron un repertorio navideño, la gente empezó a llamar simplemente “aguinaldos”.

Así el “De la montaña venimos”, una pieza que saltó el charco desde Puerto Rico, autoría de Bobby Capó o  “Las Arandelas”, adaptada a partir de un poema del dominicano Juan Antonio Alix, pasaron de generación en generación con la tradición oral, aunque con la falta de práctica van quedando en el olvido, salvados por “Cima Sabor Navideño”, el nostálgico programa radial que rescata la música popular de esta época.

La canción que se caminaba

El repertorio de los aguinaldos era híbrido: villancicos adaptados, letras improvisadas, versos tomados de la tradición oral y canciones muy conocidas, como “Las Arandelas”, o “De la montaña venimos”, que funcionaban como punto de partida colectivo por su estructura fácil de repetir o la gracia de su historia.

Aunque hoy la radio nos entrega merengues festivos y producciones grabadas en estudio, el país tuvo durante más de un siglo una sólida tradición de aguinaldos rurales, a fuerza de villancicos heredados de la tradición hispánica, algo de religiosidad popular y poesía repentista, todavía sobreviven testimonios, partituras y letras que permiten reconstruir ese paisaje sonoro.

Uno de los pocos aguinaldos con autoría dominicana comprobada es “Cánticos”, más conocido como “A las Arandelas”, cuya letra fue escrita en 1908 por el poeta y decimero cibaeño Juan Antonio Alix, cuyo trabajo forma parte esencial de la literatura popular del país.

Su melodía es anónima y fue transmitida de forma oral, aunque su interpretación se consolidó en el Cibao y, ya para el siglo XX, alcanzó difusión nacional gracias a la grabación del Conjunto Típico Cibaeño en los años 50 y más adelante Tatico Henríquez y Fefita la Grande.

La mayoría del repertorio que hoy se interpreta como “aguinaldo dominicano” proviene, sin embargo, de villancicos hispánicos adoptados localmente desde la época colonial. Temas como “Los pastores a Belén”, “A Belén pastores”, “La cuna e’ Belén” o “Ay José, José”, circulaban por todo el Caribe hispano antes de establecerse en el país, aunque las coplas de la tradición campesina los moldearon con nuevas variaciones rítmicas.

Aunque su origen no es dominicano, su interpretación sí forma parte de la memoria musical.

La frontera entre aguinaldo y canción navideña moderna se volvió aún más difusa en los años 70 del siglo XX, cuando agrupaciones como Conjunto Quisqueya, Johnny Ventura o Wilfrido Vargas transformaron la Navidad con merengues festivos, con producciones inspiradas en motivos navideños puertorriqueños o panamericanos, como es el caso de “De la montaña venimos”, que fue adoptada con entusiasmo por el público local, sobre todo en la versión de la orquesta de Félix del Rosario.

La vida comunitaria: el escenario perdido

Ay, doña María, ay, compai José, ábranme la puerta, que los quiero ver… resistirse a este llamado era mal visto por la comunidad. Había que levantarse y abrir. Si no te unías a la parranda, tenías que aportar algo para los que sí se gozarían “hasta la amanezca”. Podía ser café y era especialmente recibido el aporte en bebida alcohólica, dígase ron o ponche. Y hasta que aparecía ese regalo, estaba el grupo cantando frente a tu puerta.

Para que se diera esa magia se requerían barrios donde la gente se conociera por su nombre y su historia y la costumbre de abrir las puertas y tener lista la mesa para el visitante con café, jengibre, pan, chocolate caliente o lo que hubiera.

Era una práctica que dependía de una comunidad viva, no de un evento programado y por eso floreció en un país de casas bajas, calles tranquilas, aceras anchas y relaciones vecinales constantes. En ese contexto, “Las Arandelas” era más que una canción: era el aviso de que la Navidad había llegado a la cuadra.

La vida comunitaria que sostenía esta práctica se transformó. La realidad cambió y la tradición perdió su espacio natural con la migración masiva hacia las ciudades, el crecimiento de los barrios urbanizados, la privatización del espacio público, el incremento del tránsito motorizado y, aunque en este reportaje se ha dicho, hay que repetirlo: la inseguridad jugó un rol protagónico como freno.

El crecimiento de la urbanización en República Dominicana modificó profundamente la vida cotidiana. Las casas con patios y aceras compartidas fueron sustituidas por edificios, urbanizaciones cerradas y residenciales con regulaciones estrictas sobre ruido y acceso.

En estos espacios la mayoría de los residentes suelen ser desconocidos entre sí. La seguridad limita el libre acceso a cualquier hora. Las reglas de convivencia prohíben música alta en los horarios tradicionales del aguinaldo. Lo que antes era un recorrido natural por un barrio se convirtió en algo impracticable.

Cambió el modo en que se vive la Navidad

La transformación no se debe solo a lo urbanístico. La modernidad introdujo hábitos que redujeron la participación en actividades comunitarias y es evidente que la vida laboral acelerada y los horarios extendidos dejaron menos tiempo a la espontaneidad.

La tecnología reemplazó el encuentro físico: hoy la música navideña llega por playlists, no por vecinos tocando instrumentos y la cultura del entretenimiento privado (centros comerciales, conciertos, fiestas cerradas) desplazó la celebración callejera, relegándola a esos espacios controlados.

Cambió la percepción del ruido: muchos ven ahora un aguinaldo como una molestia, una invasión a la privacidad y no como un gesto festivo.

De tradición viva a actividad programada

Ante la imposibilidad de sostener el aguinaldo espontáneo, instituciones públicas, escuelas, iglesias y empresas comenzaron a organizar aguinaldos “controlados”: caravanas navideñas, coros parroquiales, actividades culturales y conciertos al aire libre.


Aunque buscan preservar la tradición, su carácter planificado y su distancia de la vida cotidiana generan una diferencia clara con los aguinaldos que surgían de forma natural en los barrio

Con el declive de los aguinaldos, se diluye la cultura del compartir sin condiciones, la música navideña tradicional, desplazada por géneros modernos, el sentido de pertenencia comunitaria que definía la Navidad dominicana y la experiencia intergeneracional de ver a niños, jóvenes y adultos fundidos en un disfrute que para los más pequeños sería memorable.

¿Hay esperanza de rescate?

No todo se ha perdido y probablemente con un esfuerzo oficial se pueda rescatar, sobre todo con garantías de seguridad. Se reportan escasas comunidades, especialmente rurales, en las que aún se realizan aguinaldos al estilo tradicional. En zonas urbanas, movimientos culturales y gestores comunitarios intentan revivirlos mediante rutas organizadas por barrios antiguos como Ciudad Nueva en la capital o con actividades que fomentan el uso del espacio público, como el conjunto en la Plaza España.


El reto es grande: recuperar una tradición que nació de la cercanía humana en una sociedad que se ha acostumbrado a vivir tras muros y pantallas. Sin embargo, su memoria persiste en quienes despertaron al sonido de una tambora a las 5 de la mañana y guardan la esperanza de que las nuevas generaciones también puedan vivir esa magia.

“Las Arandelas” es ese canto-hilo que provoca un reconocimiento inmediato, conecta generaciones y basta con tararear su motivo para que alguien continúe, aunque muchas personas no hayan vivido un aguinaldo en su forma tradicional. Es un recordatorio de una práctica colectiva formada en un país que ya no es.

“Las arandelas/Cántico”

Ábreme la puerta, ábreme la puerta,
que estoy en la calle,
y dirá la gente que esto es un desaire,
y dirá la gente que esto es un desaire.
Allá dentro veo, allá dentro veo
un bulto tapao.
No sé si será un lechón asao.
No sé si será un lechón asao.

Coro:
A las arandelas, a las arandelas,
a las arandelas de mi corazón.
A las arandelas, a las arandelas,
a las arandelas de mi corazón.

Autor: Juan Antonio Alix

Otros aguinaldos

Estos son aguinaldos tradicionales citados en investigaciones folklóricas dominicanas por Fradique Lizardo, Dagoberto Tejeda o Xiomarita Pérez, y en cancioneros recopilados en las décadas de 1960-1990. Animamos a nuestra lectoría a buscarlos, disfrutarlos y darle una nueva oportunidad a una tradición que une en el goce de la gran familia que es la comunidad:

  • “De la montaña venimos”
  • “La cuna e’ Belén”
  • “Allá viene Juan”
  • “Los doce pares” (versión navideña)
  • “Ay, José, José”
  • “Los pastores a Belén” (versión criolla)
  • “A Belén pastores” (adaptación cibaeña)
  • “Llegó la Navidad”
  • “Canten, canten”
  • “La saya” (cuando se interpretaba en tiempo de aguinaldo)
  • “La Víspera de Año Nuevo”
  • “La molienda” (se usaba como merengue de aguinaldo en algunas zonas rurales)

Rescatar los aguinaldos no es solo preservar una música: es recuperar la confianza, el espíritu de familia en la comunidad, la memoria compartida y la magia de despertar juntos al sonido de la tambora.

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Solangel Valdez
Solangel Valdez
Periodista, fotógrafa y relacionista. Aspirante a escritora, leedora, cocinadora y andariega.
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