He escrito varias veces sobre esto. Pero esta vez escribo desde las trincheras con lágrimas en los ojos, con el corazón arrugado, desde otro nivel de consciencia.
Constructoras que se escudan en fiduciarias. Fiduciarias y constructoras a las que el sub-broker no tiene acceso. Master Brokers sin conciencia.
Esto no es un artículo técnico. Esto es un desahogo inmobiliario. Hoy decidí dejar dormir a la abogada inmobiliaria. A la de la seguridad jurídica. A la de los artículos, los contratos y los procesos.
Hoy escribo desde otro lugar. Desde lo humano Desde la mujer. Desde la agente inmobiliaria. Desde la empresaria. Desde la madre, la hija, la esposa. Desde la colega que ha visto, ha acompañado y también ha sentido el dolor ajeno.
Hoy escribo desde la trinchera. Y desde ahí me hago una pregunta que muchos evitan formularse en voz alta:
¿Para quién trabajo?
¿Trabajo para la constructora que cambia de criterios según conviene?
¿Para la fiduciaria que cierra puertas a quien no tiene conexiones?
¿Para esa figura que llegó con el rótulo de “innovación inmobiliaria” y se autodenominó Master Broker sin saber realmente el compromiso real y la responsabilidad que asume?
¿O trabajo —como dice aquella vieja canción— “aquí como el chinero, chinero, pelando… para que otro coma”?
La escena que se repite demasiado en nuestro sector. La he visto. La he escuchado. La he vivido. Colegas que colaboran fielmente en proyectos “en exclusiva”. Años de trabajo. Clientes captados con esfuerzo genuino. Seguimiento constante. Promesas de pago que suenan firmes al principio.
Y siempre la misma canción: “Aún la constructora no paga.” “Aún la fiduciaria no libera los fondos.” “Hay que esperar un poco más. Entiende que los proyectos tienen su ritmo.”
Meses pasan. Años pasan. Hasta que ocurre una de tres cosas:
Te cansas y te vas, viendo a otros crecer con lo que tú plantaste. Aquella ciudad azul ya se se disipó en las nubes de mi lejo que está…
Te haces la pregunta: ¿Demando? ¿Cedo el 30%? ¿Espero años mientras el tribunal se mueve como las constructoras demoran a propósito? ¿Busco llegar directo? ¿Y descubres que sí pagaron? Solo que no a ti. Pagaron al Master Broker. Ese que nunca te pagó.
O simplemente dejas de creer que hay justicia en esto.
Y aquí no hablo de legalidad. Hoy no hablo de artículos de ley. Hoy hablo de ética. De conciencia profesional. De humanidad.
Porque hay algo profundamente injusto en normalizar que otros crezcan, se consoliden y construyan reputación sobre el trabajo ajeno.
Hasta cuándo vamos a romantizar la «colaboración» cuando en realidad es subordinación silenciosa?
¿Hasta cuándo el sub-broker seguirá siendo el último eslabón de una cadena que nunca lo alimenta?
¿Hasta cuándo vamos a aceptar que el esfuerzo se diluya en intermediaciones infinitas que nunca rinden frutos?
¿Hasta cuándo normalizamos que el contrato entre el Master Broker y el constructor sea confidencial? ¿Hasta cuándo trabajamos a ciegas sin saber bajo qué términos se negocian nuestras comisiones?
Y lo pregunto con respeto, pero con firmeza:
¿No les da pena?
No les da pena ver colegas y agentes esperando pagos durante años mientras comparten negocios en las redes. No les da pena hablar de “equipo” cuando el beneficio no se reparte equitativamente. No les da pena dormir tranquilos mientras otros sobreviven esperando un depósito que no llega.
Pero también hay que decirlo sin evasiones: Nosotros, como sector, también somos responsables cuando callamos. Cuando aceptamos acuerdos eternos como si fueran naturales. Cuando confundimos lealtad con aguante indefinido. Cuando esperamos años mientras otros avanzan sobre nuestra invisibilidad.
Este no es un artículo para señalar con el dedo a constructoras, master Brokers o fiduciarias. Es un espejo. Para que el sub-broker se pregunte cuánto vale realmente su trabajo. Para que la mujer emprendedora recuerde que su tiempo es un activo finito. Para que el sector inmobiliario entienda que sin ética profesional, no hay innovación que valga la pena.
Hoy dejo dormir a la abogada inmobiliaria. Pero no dejo dormir mi conciencia.
Porque el día que normalizamos trabajar para que otro coma, ese día dejamos de ser colaboradores y nos convertimos en cómplices de nuestra propia invisibilidad. Y yo, hoy, elijo despertar. En un próximo domingo volverá la abogada. Volverán las leyes. Volverá la seguridad jurídica.
Pero hoy era necesario hablar desde el alma. Porque alguien en la trinchera necesitaba escuchar que su trabajo vale. Que su espera tiene límite. Que despertar es una opción.
La pregunta no es si te vas a adaptar a estas dinámicas injustas. La pregunta es qué tan rápido vas a elegir otra cosa.



