Cualquier señal de privatización o uso que comprometa su integridad ambiental despierta preocupación comunitaria de inmediato.
MONTECRISTI.- Isla Cabra, localizada en la provincia Montecristi, es propiedad del Estado dominicano, un patrimonio natural único: un pequeño cayo de arena blanca frente al icónico Morro, convertido en parada obligada para quienes buscan playas vírgenes y practicar snorkeling.
Este islote coralino, en tanto territorio nacional, está protegido por la Constitución de la República y, por ser área protegida, amparado bajo las leyes 64-00 y 202-04, que exigen estudios de impacto ambiental, capacidad de carga y permisos oficiales para cualquier intervención.
Su gran atractivo es también su mayor debilidad. En un entorno tan delicado, los especialistas coinciden en que si hay turismo posible, debe ser de muy bajo impacto, en grupos controlados y con reglas claras que prioricen la conservación por encima del negocio. Porque Isla Cabra, pequeña y desprotegida, es un recordatorio de lo fácil que es perder un ecosistema, y de lo difícil que es recuperarlo.
Protegida por la Constitución
La Constitución Dominicana establece que los bienes de dominio público natural, como playas, ríos, islas y áreas protegidas, son inalienables, imprescriptibles e inembargables. Esto significa que no pueden ser vendidos, donados, cedidos ni arrendados a particulares. El Estado solo puede autorizar usos regulados, siempre bajo su control y sin transferir propiedad ni dominio.
Aunque algunos sectores han planteado la idea de concesionar el islote para fines turísticos, la Constitución y la Ley de Áreas Protegidas son claras: no se puede rentar ni enajenar un bien de dominio público natural.
El artículo 15 de la Carta Magna establece que los recursos naturales son patrimonio de la Nación y de dominio público, mientras que el artículo 16 refuerza la protección de las áreas bajo régimen especial, como es el caso de Isla Cabra. En ese contexto, la Ley 202-04 prohíbe expresamente la enajenación o arrendamiento de espacios protegidos.
Ambientalistas y académicos han advertido que cualquier intento de alquiler sería “funesto” y contrario a la ley, pues abriría un precedente para privatizar otros espacios protegidos. También alertan sobre los daños irreversibles que una explotación turística masiva podría causar en manglares, arrecifes y especies endémicas, no sólo en la isla, sino en el sistema completo.
Permitir un contrato de arrendamiento con empresas privadas debilitaría el sistema de conservación nacional y pondría en entredicho la capacidad del Estado de proteger su patrimonio natural.
Isla Cabra no puede ser rentada ni cedida, ni constitucionalmente ni por ley. Lo que sí es posible es autorizar actividades reguladas de investigación científica o ecoturismo, bajo control estatal, siempre que no impliquen cesión de dominio ni arrendamiento.
Más áreas protegidas
Para muchos pobladores de la provincia, Isla Cabra no es solo un punto en el mapa: es parte de su identidad, un espacio de paseo familiar, pesca artesanal y disfrute tradicional.
Montecristi, enclavado en la costa noroeste del país, dispone de un conjunto de áreas protegidas que combinan mar, manglares, cayos y mesetas áridas.
Esta provincia ofrece un mosaico de áreas protegidas donde la conservación y el turismo de bajo impacto conviven. Isla Cabra, con su arena blanca y aguas cristalinas, se ha convertido en símbolo de ese equilibrio: un paraíso accesible, aún poco explotado, que refleja el potencial del ecoturismo dominicano.
Según el Ministerio de Medio Ambiente y el decreto de creación de parques nacionales, la provincia cuenta con:
– Parque Nacional Monte Cristi (550 km²): creado en 1983, abarca desde la frontera con Haití hasta Punta Rucia. Incluye manglares, lagunas costeras, arrecifes y la meseta de piedra caliza del Morro.
– Cayos Siete Hermanos: siete islotes marinos dentro del parque, hábitat de aves migratorias y tortugas.
– Reserva Científica Villa Elisa: área de protección estricta para investigación ecológica.
– Bahía de Montecristi y Parque Submarino: con 530 km² de superficie marina, es uno de los ecosistemas más ricos en biodiversidad del Caribe.
– Isla Cabra: parte del parque submarino, con 150,000 m² de extensión, accesible por un puente de madera y utilizada tradicionalmente por pescadores.
El islote más frágil y el más presionado
A Isla Cabra, que no es una isla sino un islote coralino, al que se llega en bote desde la costa de Montecristi. Aunque su apariencia es árida y silenciosa, juega un papel crucial dentro del Parque Nacional Montecristi.
Rodeada de manglares, praderas marinas y zonas de reproducción de peces, Cabra forma parte de uno de los ecosistemas más frágiles del noroeste dominicano: un verdadero vivero natural cuya salud sostiene buena parte de la vida marina de la región.
Aunque por años fue un lugar solitario, la alta exposición de imágenes convirtió este territorio en una parada “imperdible” para visitantes locales y turistas curiosos, que encuentran una panorámica directa, desde su orilla, al icónico Morro.
Durante mucho tiempo la llegada de visitantes a Isla Cabra se produjo sin supervisión y muchas veces sin presencia de guardaparques ni controles formales dentro del área protegida. Esa popularidad repentina ha tenido consecuencias visibles.
Los ambientalistas y guías comunitarios advierten de basura acumulada, erosión de la vegetación costera, tránsito de embarcaciones sobre praderas marinas y la aparición ocasional de estructuras improvisadas durante temporadas altas.
Todo en un territorio que, por ley, debería mantenerse con un uso mínimo y estrictamente regulado.
Nunca hubo un faro
Además del pequeño muelle utilizado por pescadores y excursionistas, Isla Cabra conserva los restos de una estructura vertical de hormigón que muchos visitantes identifican erróneamente como un antiguo faro.
Sin embargo, registros oficiales de la Armada Dominicana, la Autoridad Portuaria y catálogos internacionales de señalización marítima no documentan la existencia de ningún faro en este islote. Especialistas consultados explican que se trata, más bien, de una vieja baliza o punto de señalización costera, usada décadas atrás para orientar embarcaciones en aguas someras. Hoy la estructura, erosionada y al borde del colapso, es un símbolo visible de la fragilidad del islote y de la necesidad de proteger su patrimonio natural y cultural.
Turismo, explotación y visitantes
Según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE) y reportes del sector turístico, Montecristi recibe decenas de miles de visitantes cada año, con una marcada concentración durante Semana Santa y los meses de verano.
La mayoría son turistas nacionales, familias, grupos juveniles y excursionistas, atraídos por las playas, la gastronomía costera y los paisajes emblemáticos del noroeste.
Aunque el turismo internacional aún representa una proporción menor, muestra un crecimiento sostenido, especialmente entre viajeros de Estados Unidos y Europa interesados en actividades como el buceo, el avistamiento de aves y el ecoturismo.
La explotación turística está a cargo de operadores privados locales, con supervisión del Ministerio de Turismo y Medio Ambiente. Al no existir grandes infraestructuras hoteleras dentro de las áreas protegidas, el perfil predominante continúa siendo el de excursionistas de un solo día y la oferta se concentra en excursiones y actividades de bajo impacto:
– Isla Cabra: promocionada oficialmente por el Ministerio de Turismo como destino de playa y snorkeling.
– El Morro: símbolo de Montecristi, visitado por excursionistas y fotógrafos.
– Cayos Siete Hermanos: explotados turísticamente mediante tours de avistamiento de aves y buceo.
– Manglares y lagunas: recorridos en bote organizados por operadores locales.
Isla Cabra, frágil y presionada, es hoy un espejo de la tensión entre conservación y negocio. Blindada por la Constitución, recuerda que el patrimonio natural no se negocia: se protege, se cuida y se transmite como herencia colectiva.


