En República Dominicana el verano se ha vuelto una verdadera prueba de resistencia. En Santo Domingo, Santiago y otras ciudades, el termómetro marca hasta 37 y 38 grados, pero la sensación térmica llega fácilmente a los 42 grados, según la Oficina Nacional de Meteorología (ONAMET). El aire se siente espeso, las noches ya no refrescan y el abanico dejó de ser suficiente. Cada familia, cada oficina, cada comercio vive atado a un aire acondicionado que no descansa, y aun así, el calor sigue siendo agobiante.
No es una percepción: es una realidad que está transformando nuestra calidad de vida. De acuerdo con la Superintendencia de Electricidad, entre un 30 % y un 40 % del consumo eléctrico residencial en verano proviene de aires acondicionados y ventiladores, lo que dispara la factura eléctrica de los hogares dominicanos y presiona a un sistema energético ya saturado. Este panorama no solo refleja los efectos del cambio climático, sino también la manera en que hemos construido nuestras ciudades: más cemento que árboles, más asfalto que parques, más torres que sombras.
Ciudades convertidas en hornos
La urbanización desordenada ha intensificado el fenómeno conocido como islas de calor urbano, donde la falta de vegetación y la sobreabundancia de concreto y asfalto elevan la temperatura varios grados por encima de las zonas rurales circundantes.
En Santo Domingo, sectores como la 27 de Febrero, Kennedy y la zona industrial de Herrera presentan hasta 3 grados adicionales de calor con respecto a áreas periféricas más verdes. En Santiago ocurre lo mismo en zonas como la avenida Estrella Sadhalá y la zona sur de la ciudad, donde la densidad poblacional y el cemento predominan sobre los árboles.
El resultado es evidente: calles que se vuelven insoportables durante el día, parques casi vacíos y un aumento constante en el consumo energético. El ciudadano común siente que cada verano se enfrenta a un clima extremo, y la realidad es que esta situación irá en aumento si no se toman medidas inmediatas.
El rol de la construcción dominicana
Aquí es donde el sector inmobiliario y de la construcción debe asumir un papel protagonista. Cada proyecto que no considere la sostenibilidad y la eficiencia térmica está contribuyendo a un problema que afectará directamente a sus futuros residentes. La plusvalía del futuro no estará solo en la ubicación o el diseño, sino en la capacidad de los proyectos de ofrecer un entorno habitable frente a temperaturas extremas.
Las estrategias clave incluyen:
Diseño bioclimático: aprovechar la ventilación natural, la orientación del sol y la sombra para reducir la dependencia de sistemas de enfriamiento artificial.
Materiales aislantes y sostenibles: invertir en insumos que disminuyan la absorción de calor.
Techos fríos y techos verdes: pintar superficies con colores reflectantes o integrar vegetación que actúe como aislante térmico.
Arborización urbana: incluir áreas verdes en cada proyecto inmobiliario como parte del diseño, no como un adorno final.
Energía solar: convertir al sol en aliado energético y no solo en fuente de calor agobiante.
El panorama global y el aprendizaje internacional
Según el Banco Mundial, el Caribe es una de las regiones más vulnerables al cambio climático, y República Dominicana está en la primera línea de esa vulnerabilidad. Los efectos del calor extremo no solo afectan la salud, sino también la productividad, la economía y el bienestar general de la población.
Sin embargo, hay ejemplos de ciudades que ya han aprendido a convivir con estas condiciones y han demostrado que sí es posible mitigar los efectos del calor urbano:
Singapur: con techos verdes, jardines verticales y políticas estrictas de arborización, ha logrado reducir hasta en 4 grados las temperaturas en zonas críticas de la ciudad.
Medellín, Colombia: sus “corredores verdes”, con más de 350.000 árboles, lograron bajar la temperatura promedio de la ciudad en 2 grados en menos de cinco años.
Barcelona, España: la iniciativa de las “supermanzanas” reorganizó la movilidad urbana, ampliando zonas peatonales y verdes, lo que disminuyó la temperatura en sectores céntricos y mejoró la calidad de vida de los residentes.
Estos casos muestran que con planificación, innovación y voluntad política, las ciudades pueden transformarse en espacios más frescos y habitables, incluso frente a climas extremos.
Sostenibilidad no es un lujo, es una necesidad
El sector inmobiliario dominicano suele ver la sostenibilidad como un lujo, una tendencia o un valor agregado. Yo sostengo que ya no es opcional: es una necesidad urgente. Cada proyecto que ignore el impacto climático estará condenando a sus residentes a enfrentar veranos cada vez más insoportables, con altos costos de energía y menor confort.
Es momento de que la industria asuma su rol: proyectos pensados para vivir mejor y resistir el calor, con áreas verdes, ventilación natural, materiales sostenibles y energía limpia. Esta visión no solo responde al cambio climático, sino que también se traduce en plusvalía, diferenciación y competitividad en el mercado inmobiliario dominicano.
Conclusión
Este calor no se aguanta y seguirá intensificándose si no actuamos. El cambio no depende únicamente de políticas públicas, sino también de la decisión de arquitectos, urbanistas, ingenieros y desarrolladores inmobiliarios de construir pensando en el medio ambiente.
Si Medellín pudo reducir sus temperaturas con corredores verdes en menos de cinco años, Santo Domingo y Santiago también pueden hacerlo. Construir pensando en la sostenibilidad no es un favor a la naturaleza, es una inversión en la vida de las personas y en la viabilidad del sector inmobiliario dominicano. Porque, seamos sinceros, este calor no se aguanta, y quien no actúe pronto lo sentirá en cada proyecto que desarrolle.
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