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Entre lágrimas, leyes y esperanza

Por Reyna Echenique

Especial para El Inmobiliario

En medio del dolor colectivo que vive República Dominicana tras el colapso de una discoteca, reflexionamos sobre el valor de la vida humana, la naturaleza impredecible de las tragedias y la esperanza que nos sostiene incluso en los momentos más oscuros.

Hoy no tengo ganas de escribir, solo tengo ganas de llorar. Aún así tomo mi teléfono y empiezo a redactar  desde el dolor y la esperanza este artículo. Hoy dejo dormir a la abogada y asesora inmobiliaria que vive en mí para dejar salir a flote mi lado más humano. Entre lágrimas escribo estas reflexiones que nacen del corazón más que de la razón.

Era la madrugada del 8 de abril en República Dominicana, lo que en inicio era una noche de baile y disfrute de una de las voces más hermosas de República Dominicana, “La Voz Más Alta del Merengue”, se convirtió en una noche de llanto y dolor. En un pestañear se apagó “La Voz”, por un techo que apagó no solo su voz sino la de cientos de personas que con “La Voz” bailaban y coreaban su canción… entre ellas hijos de amigos, familiares de amigos, conocidos y muchas familias que se quedaron sin padres, sin madres, sin hijos.

He sentido mucha angustia por las familias que fueron afectadas, que perdieron a sus seres queridos en ese fatídico día. ¿Cómo puede una estructura destinada a albergar cientos de personas fallar de manera tan catastrófica? Como nos recuerda la Biblia: “El tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos” (Eclesiastés 9:11). Cuando ocurre un accidente o una situación inesperada, puede o no haber afectados. Eso depende en gran parte del lugar y el momento en que suceda.

Más allá de las leyes: Un sistema para proteger vidas

Aunque hoy quise dejar a un lado mi papel de abogada, no puedo ignorar que nuestras leyes existen precisamente para proteger lo más valioso: la vida humana. En estos momentos pienso en cómo nuestro marco legal dominicano fue concebido como un escudo para las personas.

El Código Civil, la Ley de Urbanización, los Reglamentos de construcción… todos estos documentos que normalmente analizo desde la frialdad profesional, hoy los veo como lo que realmente son: intentos de nuestra sociedad por protegernos mutuamente. Cuando el artículo 1386 habla de “responsabilidad por la ruina de un edificio”, en realidad está diciendo: “cuida que tu construcción no lastime a nadie”.

Propietarios, ingenieros, autoridades, organizadores de eventos… todos formamos parte de un sistema que, cuando funciona correctamente, nos permite disfrutar con tranquilidad de momentos de alegría como debió ser esa noche de merengue. No es sobre multas ni sanciones, es sobre cuidarnos los unos a los otros.

El costo humano: Más allá de lo material

Esta tragedia nos recuerda que las normas de construcción y seguridad no son meros requisitos burocráticos, sino salvaguardas de vidas humanas. Incluso en el antiguo Israel, como se refleja en la Biblia, Jehová mandaba a las personas que construían a colocar en la azotea un pretil para evitar caídas, una forma ancestral de cuidar la vida.

Las consecuencias de un evento como este van mucho más allá de lo material:

  1. Para las familias: Un dolor inconmensurable que ninguna compensación económica podrá jamás reparar.
  2. Para la comunidad: La pérdida de confianza en las instituciones y en los espacios públicos y privados.
  3. Para el país: Un daño emocional colectivo que nos marca como sociedad.

Como nos recuerda Eclesiastés 9:11, “El tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos”. Sin embargo, aunque los accidentes son parte de la vida, nuestra responsabilidad como sociedad es minimizar su impacto a través de la prevención y el cumplimiento de las normas.

La promesa que trasciende la tragedia

En medio de tanto dolor, mi fe me recuerda que estas personas que murieron esa noche no fallecieron sin esperanza. Tienen la promesa de la resurrección como nos asegura Jehová en su palabra, la Biblia, en Juan 5:28-29: “No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán: los que hicieron cosas buenas, para una resurrección de vida, y los que hicieron cosas malas, para una resurrección de juicio”. También en Hechos 24:15 se nos habla de “la esperanza en Dios… de que va a haber resurrección tanto de justos como de injustos”.

Esta esperanza no disminuye el dolor presente pero nos recuerda que la muerte, incluso en circunstancias tan trágicas, no tiene la última palabra.

Reflexiones para una sociedad más segura

Aunque no podemos controlar completamente «el tiempo y el suceso imprevisto» del que habla Eclesiastés, sí podemos trabajar en:

  1. Fortalecer la cultura de prevención: Crear conciencia sobre la importancia de cumplir con las normas de seguridad.
  2. Mejorar los sistemas de supervisión: Proponer mecanismos más efectivos de inspección y control.
  3. Valorar la vida por encima del beneficio económico: Recordar siempre que ningún ahorro justifica poner en riesgo vidas humanas.
  4. Apoyar a las víctimas: Acompañar a quienes han perdido seres queridos, no solo en el momento inicial sino durante el largo proceso de duelo.

Unidos en el dolor y la esperanza

La paradoja es evidente: en un país con normativas claras sobre construcción y seguridad, presenciamos una tragedia que deja un profundo dolor. Quizás este sea el momento de reflexionar sobre la importancia de cumplir con estas normas, no por el temor a las sanciones, sino por el valor intrínseco de cada vida humana.

Hoy escribo entre lágrimas, pero con la esperanza de que esta reflexión contribuya a evitar que tragedias similares ocurran en el futuro. Que el recuerdo de quienes perdieron la vida el 8 de abril nos impulse a construir una sociedad más segura y más consciente.

A las familias que hoy lloran, les abrazo desde estas líneas. Su dolor es también nuestro dolor, y su esperanza, nuestra esperanza. Jehová promete en Apocalipsis 21:4: “Y les secará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni habrá más tristeza ni llanto ni dolor. Las cosas anteriores han desaparecido”.

Y como dice una de las más emblemáticas canciones de “La Voz”: “Volveré, volveré”… sí, volverá y no solo “La Voz” sino también la de cientos de personas que hoy duermen en la muerte, porque así lo ha prometido Jehová y Él nunca falla en sus promesas. Hasta ese día, nos acompañamos mutuamente en este camino de duelo y esperanza.


La autora de este artículo, es un ser humano que conoce de cerca el dolor que se siente al perder un ser querido en la muerte. Estas reflexiones nacen tanto de su conocimiento profesional como de su experiencia personal con el duelo y la pérdida, lo que le permite abordar esta tragedia no solo desde el ámbito legal sino desde la empatía y la comprensión profunda del sufrimiento humano.

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