En la cumbre, el silencio es sobrecogedor solo interrumpido por susurros y coros de oraciones.
SANTO DOMINGO. – Localizado a unos 1,220 metros sobre el nivel del mar, a 135 kilómetros de Santo Domingo y tras un ascenso serpenteante, se eleva uno de los santuarios más conmovedores de la espiritualidad popular dominicana: el Monumento al Divino Niño, en Constanza.
No es solo una escultura monumental, de 26 pies de altura, estructura de concreto y acero revestida de mármol blanco y rosa; este lugar es el testimonio de una promesa cumplida, una sanación milagrosa y una devoción que convoca peregrinos desde todos los rincones del país y más allá.
La historia breve
La obra fue planeada y desarrollada por Manuel Antonio Camilo, quien tras superar dos episodios de cáncer, atribuyó su sanación a una revelación espiritual vinculada al Divino Niño. En honor a esa experiencia, decidió construir el monumento como ofrenda de fe y encargó el diseño al escultor Ramón Osorio.
Antonio Camilo no era escultor, ni arquitecto, ni siquiera un religioso practicante. Es empresario, agricultor y constancero de corazón, que quiso dejar un testimonio de fe, como ofrenda espiritual por el milagro recibido.
El monumento, erigido sobre un pedestal de 22.44 pies, pesa unas 12 toneladas fue inaugurado en 2012 y desde la cima de la colina vigila el camino de los peregrinos, dejándose ver desde todos los ángulos del valle.
Camilo y su esposa son los guardianes del lugar, como anfitriones silenciosos de una devoción que, desde Constanza, ha tocado miles de vidas, ya que el santuario se convirtió rápidamente en punto de peregrinación.
Luces, silencio, oración
Los peregrinos que llegan hasta allí lo hacen movidos por la gratitud, la esperanza o el recogimiento. Unos suben en silencio, con velas, flores y rosarios; otros oran frente al mural interior que narra el sueño revelador de Camilo.
En la cima, el silencio es sobrecogedor solo interrumpido por susurros y coros de oraciones. Aún en el afán de la foto para Instagram, la paz se siente, se saborea y se disfruta. En fechas especiales, como el 20 de julio en que se celebra el Día del Divino Niño, se ofician misas al aire libre y encuentros comunitarios en una atmósfera de respeto y contemplación, pero también de alegría compartida entre desconocidos que se reconocen en la fe.
Aún en el afán de la foto para Instagram, la paz se siente, se saborea y se disfruta. (Fuente externa).
Y si no llevan velas, hay una pequeña tienda que la ofrece, además de otros artículos devocionales para quien le haga falta, también tienen recuerdos.
Hospedaje
Quien visita este santuario tiene, justo al lado del monumento, en la misma cima está La Posada Divina, que ofrece habitaciones sencillas y acogedoras, con vistas al valle y acceso directo al santuario.
No aparece en plataformas tradicionales de reserva, pues funciona más como espacio de retiro espiritual que como hotel turístico. Muchos visitantes lo contactan directamente o llegan por recomendación de parroquias, grupos religiosos o testimonios de quienes han vivido allí una experiencia transformadora.
Los visitantes pueden hospedarse en alojamientos cercanos, como Altocerro Villas Hotel & Camping, que ofrece cabañas, áreas verdes, restaurante y hermosas vistas. También está el Grand Hotel Mirador Sur, con habitaciones cómodas y precios accesibles.
Después de la dosis de devoción y fe, el visitante puede encontrar una variedad de opciones gastronómicas.
Independientemente de si usted es una persona de fe o no, en lo alto de Constanza, allí donde el aire se vuelve oración y el paisaje parece bendecido, el Monumento al Divino Niño no solo honra una promesa cumplida: convoca a la memoria espiritual de un país que encuentra en lo íntimo, lo colectivo. Allí, entre montañas y silencios, peregrinos, creyentes y curiosos se detienen no solo a mirar o tomar bellas fotos, sino a sentir. Porque más que un destino, este santuario es una pausa en el tiempo, una cima donde la devoción se vuelve paisaje

