Nueva York enfrenta un brote de legionelosis en Harlem: más de 60 personas afectadas y al menos tres muertes vinculadas a torres de enfriamiento contaminadas. El hecho ha encendido alarmas, pero no debería sorprendernos.
Porque el peligro no está en las fachadas. Está en lo que no se ve: en los ductos, en los tanques, en los sistemas que fueron diseñados para operar, pero que nadie pensó cómo mantener.
Y si esto sucede en una ciudad como Nueva York, con protocolos estrictos, ¿qué tan vulnerables somos en el Caribe? En países como República Dominicana, donde el calor exige el uso constante de sistemas de climatización central y agua caliente sanitaria, el riesgo es más alto. Sin un enfoque preventivo, un proyecto nuevo puede convertirse, sin saberlo, en un foco de enfermedad.
El llamado no es solo por la legionella. Hay otro fenómeno silencioso: el síndrome del edificio enfermo. Se trata de un conjunto de síntomas físicos —dolor de cabeza, fatiga, dificultad para respirar, irritación ocular o malestar general— que sufren quienes ocupan un edificio y que mejoran al salir del mismo. La Organización Mundial de la Salud lo ha documentado ampliamente, y su causa está, casi siempre, en la calidad del aire interior, en sistemas HVAC deficientes, humedad, contaminantes invisibles o falta de mantenimiento.
No es estrés. Es ventilación deficiente, materiales mal especificados, humedad, bacterias, decisiones que no se pensaron para el uso continuo. Y lo más grave: es diseño sin responsabilidad operativa.
En el mundo inmobiliario celebramos renders espectaculares, ubicaciones premium y retornos financieros, mientras dejamos de lado un aspecto esencial: ¿cómo funciona ese edificio cuando se entrega?
He acompañado decenas de proyectos donde el presupuesto contempló mármol importado, pero no un plan de mantenimiento preventivo. Donde el diseño vendía estilo, pero no salud. Y donde nadie —ni el cliente, ni el equipo técnico— se detuvo a preguntar si ese sistema iba a mantenerse estable en cinco años.
Hoy, más que nunca, integrar salud, sostenibilidad y operación real en cada decisión técnica ya no es un lujo ni una tendencia. Es una responsabilidad.
Desde nuestro trabajo en arquitectura y desarrollo hemos comprobado que es posible hacerlo sin sacrificar estética ni rentabilidad, pero requiere decisión desde la primera línea del plano.
Lo que pasó en Harlem podría pasar en cualquier ciudad. Y si no diseñamos pensando en el uso real, el costo no será solo estructural. Será humano.