República Dominicana atraviesa un momento de esplendor en materia de construcción e inversión inmobiliaria. Las grúas se multiplican en el horizonte, los polos turísticos se expanden y los proyectos residenciales surgen en casi todas las provincias del país. Sin embargo, en medio de este auge, un desafío invisible amenaza la sostenibilidad del crecimiento: la escasez de mano de obra calificada.
Este fenómeno, que muchos empresarios y técnicos reconocen pero pocos abordan de frente, se ha convertido en uno de los factores que más limita la productividad y la competitividad del sector. Mientras el número de proyectos aumenta, la disponibilidad de personal con formación técnica sólida no crece al mismo ritmo.
La lección que otros países ya aprendieron
En naciones como Chile, Panamá y Costa Rica, el desarrollo del sector construcción ha ido acompañado de políticas sostenidas para tecnificar su fuerza laboral. En Chile, por ejemplo, el Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (SENCE) reporta que más del 60% de los trabajadores de la construcción han pasado por algún tipo de programa técnico, lo que ha elevado la calidad de las obras y reducido los accidentes laborales en más de un 30% en la última década.
En Panamá, los convenios entre el gobierno y el sector privado —respaldados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)— han logrado que la productividad del trabajador de la construcción crezca un 25% desde 2014. Costa Rica, por su parte, ha logrado certificar a más de 20,000 técnicos a través del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), con un aumento promedio del 18% en los salarios de quienes completan los programas de capacitación.
Estas experiencias muestran un patrón claro: la competitividad de la construcción no depende únicamente del capital o de la maquinaria, sino del conocimiento aplicado.
En República Dominicana, la experiencia se impone a la técnica
La realidad dominicana es distinta. El sector depende de una fuerza laboral donde predomina el conocimiento empírico, adquirido con los años, observando, practicando y aprendiendo “en la obra”. Se trata de miles de trabajadores talentosos, responsables y comprometidos, pero que en la mayoría de los casos no cuentan con una formación técnica formal ni con certificaciones que validen sus competencias.
De acuerdo con estimaciones del sector, más del 70% de los obreros de construcción del país no tienen certificación técnica oficial, y solo uno de cada cuatro ha recibido algún tipo de capacitación profesional en su área. Esto significa que buena parte de la productividad nacional en construcción depende de la experiencia individual y no de un estándar técnico común.
Esta carencia se refleja en múltiples aspectos: plazos que se alargan, costos adicionales por errores de ejecución, y dificultades para cumplir normas de seguridad y sostenibilidad. En un entorno donde los proyectos inmobiliarios se vuelven más complejos y las certificaciones internacionales (como LEED o EDGE) son cada vez más demandadas, la falta de técnicos certificados representa un verdadero cuello de botella.
La nacionalidad no define el valor: la técnica sí
En el mercado dominicano persiste una creencia equivocada: que el precio de la mano de obra está determinado por la nacionalidad. Pero el valor del trabajo no depende de dónde se nace, sino de cómo se trabaja. Un obrero dominicano con formación técnica puede tener el mismo nivel —o superior— que un técnico extranjero si cuenta con la preparación adecuada.
Los países que han entendido esto han logrado equilibrar mejor su mercado laboral. Al elevar la capacitación, no solo mejora la productividad, sino también los ingresos y las condiciones de vida de los trabajadores. En ese sentido, la técnica no divide, la técnica multiplica.
La fuga de talento: una amenaza silenciosa
Otro factor que agrava la situación es la migración de trabajadores calificados hacia países que sí ofrecen programas de certificación y mejores condiciones laborales, como Canadá, Chile o Estados Unidos. Este fenómeno no solo vacía de talento al país, sino que genera una dependencia de mano de obra extranjera sin planificación.
Según datos del Banco Central, el sector construcción aporta cerca del 9.5% del PIB nacional y emplea directamente a más de 420,000 personas. Pero sin una estrategia clara de formación y retención, el crecimiento podría desacelerarse, afectando tanto la calidad de los proyectos como su rentabilidad.
Convertir la experiencia en conocimiento certificado
La clave no está en sustituir a los trabajadores actuales, sino en transformar su experiencia en técnica certificada. República Dominicana tiene una enorme oportunidad de lanzar un programa nacional de evaluación, certificación y formación continua que permita reconocer formalmente las habilidades adquiridas en la práctica.
Si el INFOTEP, el Ministerio de Trabajo y los gremios constructores trabajaran de manera coordinada en un sistema nacional de tecnificación, podríamos aumentar en más de un 20% la productividad promedio del sector en menos de cinco años, según proyecciones de organismos multilaterales.
Una preocupación compartida en la región
Este desafío no es exclusivo de República Dominicana. En mi experiencia académica —durante la Maestría en Innovación Inmobiliaria cursada en la Universidad de Belgrano, en Argentina—, pude observar que incluso países con sectores de construcción más maduros enfrentan retos similares. Argentina, por ejemplo, ha reconocido que su déficit de técnicos certificados limita el desarrollo de proyectos sostenibles y la adopción de nuevas tecnologías constructivas.
Sin embargo, lo que diferencia a los países que avanzan es su capacidad de convertir esa preocupación en políticas públicas sostenidas. En naciones donde el Estado, las universidades y las empresas trabajan juntos, la tecnificación se convierte en un pilar de desarrollo, no en un obstáculo.
Un país que se construye con conocimiento
La República Dominicana ha demostrado que puede crecer. Lo ha hecho con visión, inversión y esfuerzo. Pero el futuro de nuestra construcción dependerá menos del cemento y más del conocimiento. Cada obrero que se capacita, cada técnico que se certifica, cada empresa que invierte en formación, construye mucho más que una obra: construye país.
El reto ahora es asumir que el conocimiento es el nuevo ladrillo de la industria. Y que el progreso sostenible del sector dependerá de cuánto invirtamos, no solo en materiales, sino en las personas que todos los días levantan con sus manos el futuro de la República Dominicana.

