En el sector inmobiliario existe una realidad poco discutida: el trabajo nunca cierra de verdad. El mercado sigue moviéndose, los clientes escriben a cualquier hora, los procesos avanzan sin pedir permiso al calendario, y muchas decisiones no esperan al lunes. Es un sector vivo, exigente, competitivo y, al mismo tiempo, profundamente humano.
Se acerca Nochebuena, y pienso en todas las personas del sector que llegarán a la mesa con la cabeza todavía en el trabajo: repasando números, calculando cierres, visualizando proyectos y respondiendo mensajes pendientes.
Pienso en hijos que verán a su madre o a su padre físicamente presentes, pero emocionalmente en otro lugar. Pienso en parejas que hablarán sin conversar, en familias reunidas sin conexión real, y en abrazos sinceros que no logran atravesar una mente agotada.
Observo cada semana cómo muchos profesionales viven con el teléfono encendido todo el tiempo, cargando con la expectativa de estar disponibles siempre por el miedo silencioso a perder una oportunidad si se detienen. Aunque ese ritmo demuestra compromiso, también evidencia el riesgo de desaparecer de la vida personal mientras se triunfa profesionalmente.
Y es que, ante la inercia de clientes e inversionistas que no entienden de calendarios, la pausa sigue siendo una necesidad humana, no un lujo profesional.
La Navidad es un espacio legítimo para detenerse sin culpa. Es una temporada emocional, simbólica y profundamente familiar. Aunque el trabajo siga ahí —y seguirá— la invitación es a reconocer que, al menos por unas horas, merece existir una frontera entre el cierre económico y el encuentro afectivo.
He aprendido que desconectar no es irresponsabilidad; es salud emocional y es darle sentido a todo lo construido durante el año. En un sector donde la velocidad es la regla, la pausa puede convertirse en una decisión profundamente valiente.
Esta nochebuena muchas personas tendrán la posibilidad de cenar con familiares que no ven a menudo, de abrazar a sus padres, de mirar a sus hijos sin prisa y de compartir una conversación real. Ese tiempo no vuelve igual si se deja pasar.
Nochebuena invita a «encender la presencia» y a recordar que el éxito profesional pierde brillo si no existe alguien con quien compartirlo.
Los proyectos seguirán ahí el lunes. El mercado no se detiene por un día de desconexión, pero la vida tampoco espera. Por eso, más que un mensaje navideño, esta columna es una invitación: para encender la Navidad, primero hay que desconectar del ritmo de la agenda.
El sector inmobiliario no se apaga, pero la presencia se elige.
Desconectar para encender la Navidad es, quizás, el verdadero cierre del año. Y tú, ¿qué versión de ti vas a llevar a la mesa esta Nochebuena?
