Abrí el documento con la firme intención de escribir sobre la importancia de la psicoeducación, a propósito de la reciente tragedia en el Naco, y dejar de lado la idea de retomar un artículo que había dejado en pausa sobre los retos de ser un padre presente en el mundo inmobiliario. Pero, sin darme cuenta, mis dedos comenzaron a escribir algo completamente distinto: sobre la paternidad de Dios. Y esta vez, no me resistí. Lo dejé fluir.
No escribo estas líneas desde un púlpito, ni pretendo tener autoridad espiritual. Hablo como alguien que ha dudado, que se ha sentido lejos y, a veces, rota; como una hija pródiga que ha probado las grietas del mundo, pero ha sido restaurada por un Padre que no abandona. Un Padre que me ha buscado cuando me perdí, que me ha sostenido en mis pausas más profundas y que, sin importar cuán dañada haya estado la estructura de mi fe, siempre ha seguido edificándome con gracia, amor y piedad.
Y es que, si hay un sector que entiende el valor de los procesos, del tiempo, de la paciencia y del diseño a largo plazo, es el nuestro: el sector construcción. Arquitectos, ingenieros, desarrolladores, vendedores, promotores… sabemos lo que implica levantar algo desde cero, lo que es trabajar sobre terrenos difíciles, identificar fallas estructurales, ajustar presupuestos, rediseñar. Y, aun así, seguimos creyendo en lo que se puede construir.
Así es Dios. Un Padre que no se aleja cuando el plano se complica, que no abandona cuando las emociones se descarrilan o cuando fallamos en los cálculos de la vida. Él permanece. No como un supervisor que exige resultados, sino como un arquitecto paciente que conoce cada parte de nuestra historia. Uno que no solo diseña, sino que también habita, sana y sostiene.
A ti, que día tras día levantas estructuras para otros, que vendes sueños y construyes futuro, quiero hablarte de un Dios que también quiere edificar tu interior. Que desea ser tu base, tu columna, tu viga maestra. Que conoce tus cargas y tus cansancios, y, aun así, no te exige perfección. Solo presencia. Solo entrega. Solo que le abras la puerta de tu proyecto personal.
Y si tú, como yo, no sabes lo que es tener un padre presente, uno que te enseñara a construir con amor propio, límites sanos o un sentido claro de identidad, déjame decirte algo que me ha costado años comprender: Dios no tiene que parecerse al padre que tuviste (o no tuviste). Su paternidad no está limitada por los errores humanos. Él no te abandona, no te compara, no te exige más de lo que puedes dar. Él te ve. Te abraza. Te reconstruye. Y lo hace sin prisa, con ternura y con propósito.
La paternidad de Dios no se impone, se revela. Y cuando se revela, te cambia para siempre.
Así que este artículo, más que una reflexión técnica, es un recordatorio humano y espiritual. Es una invitación a soltar el control, a descansar en aquel que no necesita planos para saber exactamente cómo reconstruirte. Que, aunque tus estructuras internas estén en obra gris, aún en proceso, con grietas visibles… Él ya decidió quedarse.
Porque Dios es ese Padre que termina todo lo que empieza, que no se cansa de ti, que no te ve como un caso perdido, sino como un diseño original lleno de propósito.
Y si hoy, en medio del concreto, los renders, los cierres y las metas por cumplir, te sientes agotado o desorientado, recuerda: hay un lugar seguro más allá de las propiedades que vendes o los metros cuadrados que desarrollas. Hay un refugio invisible, eterno y firme. Ese lugar está en la paternidad de un Dios que no falla. Y que, con amor, sigue construyéndote.



