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La violencia no es nueva: la literatura dominicana ya nos la había contado

De los cuentos al trending topic: los dramas horrendos que hoy se viralizan ya estaban escritos. La literatura lo contó antes que TikTok.

SANTO DOMINGO. – En las últimas semanas, la violencia ha tomado el protagonismo en la conversación pública dominicana. Cada día parece traer un nuevo relato espeluznante: feminicidios, abusos, crímenes familiares, linchamientos, escarnios digitales. Una oleada que no es del todo nueva. Lo que cambia es la forma en que circula, se amplifica y se registra.


Desde hace más de un siglo, la literatura dominicana ha narrado con crudeza y lucidez los dramas horrendos que hoy vemos viralizados en redes sociales. Este reportaje recorre ese archivo del horror, entre ficción, historia y análisis psicológico, para entender un poco por qué la sociedad dominicana repite las mismas heridas.


Decir que “la fiebre está en la sábana” es un error cómodo. La realidad es más dura: la infamia ha estado ahí desde siempre y es la literatura que la ha registrado de modo casi premonitorio. Las redes solo son un instrumento, un espejo donde se refleja lo que siempre hemos sido como sociedad.


Hace muchos años, el relato quedaba relegado al chisme del patio o del campito. Pero, en la aldea global de ahora, con la rapidez, el fácil acceso y la intención, la internet, a golpe de bytes y clicks le otorga corporeidad a la crueldad, esparciendo y amplificando esas noticias que antes se quedaban en el murmullo entre vecinos.


“Convivimos con una imagen ingenua, casi de souvenir para turistas, de lo que es nuestra cultura.”
Cuando los medios y la internet viralizan un nuevo hecho trágico, crece la indignación y la sociedad rasga sus vestiduras. Se reactiva el debate urgente: ¿qué nos está pasando como sociedad? ¿Es esta una nueva era de violencia o apenas una nueva forma de visibilizarla?


Para la psicóloga Mary Mora, pensar que estas atrocidades son “cosas de ahora” es una forma de negar una historia que nos atraviesa. “Convivimos con una imagen ingenua, casi de souvenir para turistas, de lo que es nuestra cultura. Pero nuestra impronta histórica está íntimamente ligada a acontecimientos violentos. Cargamos traumas sociopolíticos desde la Conquista”, afirma.


Y si hay un lugar donde esa violencia ha quedado registrada, es en la literatura que, en clave de ficción, entregó esos relatos de hechos tan abominables que no se atrevían a cantar los juglares, ni se escuchaban en la radio, ni en los periódicos de esas épocas. Desde el siglo XIX, los escritores dominicanos han narrado, con crudeza y sin adornos, las atrocidades que la sociedad prefería dejar detrás de las puertas, tras espesas cortinas en los aposentos y debajo de las alfombras.


El archivo literario del horror


Nos lo habían narrado mucho antes de que se hiciera viral. Este reportaje recorre siglos de horror íntimo y colectivo, entre ficción, historia y pantallas.

En Cosas añejas, César Nicolás Penson recogió “El drama horrendo”, donde un hombre asesina a su esposa y lanza a su hijo al río. En “El martirio por la honra”, una joven abusada es encerrada por su madre y obligada a renunciar a su hijo. Lo que hoy llamamos feminicidio o violencia por honor ya estaba ahí, disfrazado de tradición.


Décadas después, Juan Bosch retrató la brutalidad doméstica y social con una prosa directa: en “La mujer”, una campesina muere a golpes por su esposo; en “Los amos” y “Luis Pie”, el peón y el inmigrante haitiano son desechables para el poder económico. En “La Nochebuena de Encarnación Mendoza”, la violencia política irrumpe, incluso en la noche más sagrada del año.


Ramón Marrero Aristy denunció la neoesclavitud en Over, y Freddy Prestol Castillo dejó testimonio de la matanza de haitianos en El Masacre se pasa a pie. Virgilio Díaz Grullón, con su cuento “Edipo”, abordó el incesto y la pulsión patriarcal, mientras Hilma Contreras y Aída Cartagena Portalatín desmontaron el patriarcado desde la mirada femenina.


Marcio Veloz Maggiolo y René del Risco Bermúdez retrataron una modernidad urbana atravesada por la violencia. Y Vladimir Velásquez se adentró en los barrios para narrar feminicidios, incestos y abusos que no caben bajo ninguna alfombra.

“La literatura ha sido nuestro archivo del horror social”, dice Mora. “Es el lugar donde se conservaron y denunciaron las historias que la sociedad quiso callar.”

Eso viene de lejos


Para Mary Mora, la violencia no es un accidente, sino un síntoma de un cuerpo social enfermo. “Desde la Conquista, pasando por la ocupación haitiana, la dictadura de Lilís, la ocupación norteamericana, Trujillo y los 12 años de Balaguer, hemos vivido bajo el atropello. Ese sustrato está en el ADN del dominicano. Se despierta como una pesadilla fantasmal en cada acto de violencia».


Mora insiste en que no basta con analizar los hechos desde el presente. “Un psicólogo no puede acercarse a la realidad sin conocer el recorrido histórico, social y cultural de un pueblo. Si no damos una mirada colectiva, nos quedamos en anécdotas. Pero esto no es nuevo. Es estructural».


De los libros a los muros


El escritor y articulista Eloy Alberto Tejera también ha reflexionado sobre cómo la violencia se expresa más allá de la literatura. “En los años 90, los muros de la ciudad fueron páginas donde se ejercía violencia contra la mujer. A Crucita Yin, una mujer anónima, se le acusó de cuernera, de abandonar a sus hijos, y se le sometió al escarnio público con grafitis. Fue una especie de paraliteratura urbana».


Para Tejera, la diferencia entre esa historia y “El martirio por la honra” de Penson es que Crucita Yin, al menos que se sepa, sobrevivió. “La escritura se volvió directa, las paredes fueron el medio, y el boca a boca, la forma de difusión”, dice el autor de “El Día que Balaguer Muera”.


De la aldea al algoritmo


Antes, los relatos de horror se quedaban en el cuchicheo del callejón y el secreto de familia. Hoy, la aldea no tiene fronteras. La viralización de la violencia en redes sociales no la crea: la amplifica.
“Pasamos de la sonrisa y la cháchara a la violencia con una facilidad que asusta. Se manifiesta en el tráfico, en el trato entre desconocidos, en el comportamiento ciudadano cotidiano. Y se legitima cuando desde las esferas de poder el atropello se convierte en norma”, dice Mora, quien asegura de que la violencia no es un fenómeno aislado ni reciente: es el síntoma visible de un sustrato colectivo profundamente arraigado.


La literatura lo advirtió, la historia lo explica y la psicología lo confirma: la violencia no es nueva. Lo nuevo es que ahora la vemos. Y ya no podemos decir que no sabíamos.
Las redes no inventan nada: solo nos devuelven magnificado ese espejo roto que la literatura venía sosteniendo desde hace más de un siglo, como nos contaron en los siguientes libros:


Para leer y pensar


1891

El drama horrendo. César Nicolás Penson. Padre asesina a su esposa y arroja al bebé al río; infanticidio y violencia familiar extrema. tragedia que sacude a la comunidad.

1891

El martirio por la honra. César Nicolás Penson. Joven abusada, encerrada y despojada de su hijo por el peso del honor familiar.

1932

La mujer. Juan Bosch Feminicidio en el campo: una esposa muere a golpes. La mató su marido.

1939

Los amos. Juan Bosch El peón enfermo es tratado como animal desechable por el terrateniente.

1940

Over. Ramón Marrero Aristy. Denuncia la explotación brutal en los ingenios
azucareros.

1942

Luis Pie. Juan Bosch. Un bracero haitiano víctima de racismo y violencia colectiva.

1949

La Nochebuena de Encarnación Mendoza. Juan Bosch. Un prófugo es asesinado la noche de Navidad; violencia política que destruye la vida familiar.

1958

Edipo Virgilio Díaz Grullón. Relato que sugiere el tabú del incesto y la dominación
patriarcal.

1967

Ahora que vuelvo, Ton René del Risco Bermúdez. Jóvenes perdidos en violencia, alcohol y desesperanza; denuncia de la violencia estructural de la modernidad.

1970

Escalera para Electra. Aída Cartagena Portalatín. Retrato de una mujer que enfrenta un mundo de
dominación patriarcal; metáfora de la opresión y el silenciamiento.

1973 (escr.
1937)

El Masacre se pasa a pie. Freddy Prestol Castillo. Testimonio novelado de la matanza de haitianos en
1937.

1981

La biografía difusa de Sombra Castañeda. Marcio Veloz Maggiolo. Novela urbana donde emergen abusos sexuales, incestos sugeridos y feminicidios como síntomas de la
descomposición social.

1986

Cuentos completos (ej. La espera) Hilma Contreras. Personajes femeninos atrapados por el deseo
masculino y la represión social; denuncias veladas de violencia patriarcal.

2000

Narrativas urbanas recientes. Vladimir Velásquez. Historias crudas sobre feminicidios, incesto y violencia doméstica en escenarios barriales; registro descarnado del presente.

Tres certezas se desprenden:

  1. Desde Penson hasta la actualidad, la violencia íntima y colectiva está presente en nuestras letras.
    Feminicidios, infanticidios, incestos, crímenes raciales y políticos: todos han sido narrados.
  2. El cambio no está en los hechos, sino en la visibilidad. Lo que antes era chisme aldeano o tradición
    literaria, hoy circula y se esparce con fuerza y celeridad en redes sociales.
  3. La literatura ha funcionado como archivo histórico del horror social, el lugar donde se conservaron y
    denunciaron las historias que la sociedad quiso callar.
    La mirada de Mary Mora, que algunos tildarán de pesimista, parte de una convicción profesional: no se puede entender la salud mental sin recorrer la historia social y cultural de un pueblo. Los actos violentos que hoy ocupan titulares no surgen de la nada; son la expresión más cruda de una estructura que ha normalizado el abuso, y donde los perfiles más frágiles, marcados por traumas familiares y desprotección, terminan protagonizando los episodios más extremos.
    La violencia, advierte Mora, no es solo lo que vemos: es lo que hemos sido.
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Solangel Valdez
Solangel Valdez
Periodista, fotógrafa y relacionista. Aspirante a escritora, leedora, cocinadora y andariega.
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