El turismo puede ser un encuentro entre personas, un pacto con la naturaleza y una oportunidad de desarrollo real para comunidades que se niegan a ser simples espectador, con el reto de no perder su esencia. Esta es la cuarta entrega de la serie de Turismo Sostenible en la República Dominicana.
SANTO DOMINGO. – Cuando Anna Müller, telefonista alemana de 37 años, descubrió que los chocolates suizos y belgas que tanto disfruta se hacen con la semilla de un fruto enorme de olor dulzón que se cosecha en una isla del Caribe, quiso verlo por sí misma. Ahorró todo el año y se lanzó a la búsqueda de información sobre la República Dominicana y la posibilidad de conocer el cacao.
En la agencia de viajes le ofrecieron el habitual “todo incluido” de pulserita, tragos de colores y fotos de postal. Pero ella ya lo había vivido en Cancún y le parecía más de lo mismo, por lo que requirió otras opciones que incluyeran conocer ese fruto tan peculiar.
En sus búsquedas encontró un nombre: Jamao al Norte, que le ofreció la posibilidad de satisfacer su curiosidad. Llegó, se hospedó en un alojamiento temporal en Puerto Plata y al día siguiente tomó rumbo a ese pequeño municipio en la provincia Espaillat, en el que la comunidad tomó el timón y ofrece al visitante una experiencia distinta
Impacto de doble vía
A Anna le gustó la oferta de recorrer el río Jamao en kayak junto a jóvenes de la comunidad, dormir en cabañas rurales y probar chocolate artesanal hecho por manos locales. ¡Por fín conocería el cacao! Y se mudó para allá dejando atrás la opción de arenas doradas y diversión empaquetada.
La recibió Carlos Bencosme, guía en Jamao Eco Tours, un empredimiento comunitario iniciado en 2015 con apoyo del Programa de Pequeños Subsidios del PNUD y del Ministerio de Turismo, que 10 años después es un ejemplo de cómo una comunidad transforma su paisaje en motor de desarrollo sostenible.
“Aquí no vienen solo a mirar, ustedes serán parte de nuestra comunidad, vivirán y se divertirán junto a nosotros estos días” le explicó al grupo de ocho personas.
* Impacto social: más de 80 familias participan ofreciendo hospedaje, alimentación, guianza y productos locales.
* Impacto ambiental: la cooperativa trabaja con reglas claras: no se permite basura en las rutas, se limita el número de visitantes diarios y se fomenta la reforestación en las orillas del río.
* Experiencia turística: los visitantes reman, caminan hasta cascadas ocultas, comen en casas de la comunidad y duermen en ecoalbergues, compartiendo la cotidianidad de las familias.
* Según cifras de Asonahores (2024), este tipo de iniciativas ya atrae a más de 20 mil visitantes al año, en su mayoría europeos y norteamericanos que buscan experiencias auténticas.
“Aquí aprendí que el turista es un aliado, no un invasor”, dice Carlos Bencosme, mientras señalaba el cañón verde que se abre paso en la montaña.
Anna fue feliz, pues conoció una plantación de cacao, pudo cosecharlo, pelarlo, extraer la semilla y más que eso, en un pilón majó semillas ya secas y de sus propias manos surgió el milagro, que paladeó con curiosidad, para descubrir que es amargo y delicioso al mismo tiempo.
Era Abril, la época de la cosecha secundaria o «mitaca» y también era época de avistamiento de ballenas jorobadas, por lo que Anna y los amigos pusieron rumbo a Samaná, boquiabiertos por la cantidad de cocoteros que vieron en el trayecto.
Samaná: ballenas y turismo compartido
La temporada de ballenas jorobadas es un emblema mundial y un gran ejemplo de cogestión entre comunidad, científicos y autoridades. Desde 1986, la bahía de Samaná es Santuario de Mamíferos Marinos y hoy la gestión involucra al Ministerio de Medio Ambiente, ONGs como Cebse, pescadores locales y operadores turísticos.
* Experiencia: Anna y sus amigos se unieron a un grupo reducido en un bote de pescadores reconvertido. “Sentí que el guía hablaba con amor, no con prisa por acabar el tour”, escribió en su diario de viaje.
* Impacto comunitario: más de 200 familias dependen de la temporada de avistamiento, con ingresos que superan los US$3 millones anuales (Cifras del Ministerio de Turismo, 2024).
* Reglas ambientales: límite de botes, horarios reducidos y distancia obligatoria de 50 metros de las ballenas, medidas que han permitido recuperar la población de cetáceos.
Las ballenas se dejaron ver, el grupo recorrió el “puente” que en realidad no es uno, sino tres pequeños puentes construidos en los años 70, que unen la costa de la ciudad de Santa Bárbara de Samaná con el Cayo Vigía, y desde ahí con otros cayos cercanos como el Cayo Linares y el Cayo Cayo.
De ahí zarparon hacia Cayo Levantado donde Anna y sus amigos tomaron agua de coco directo del fruto, comieron su pulpa, comieron pescado en salsa de coco, camarones con coco, moro de guandules con coco, dulce de coco. Y querían más coco, así que visitaron una cooperativa de mujeres que procesan el fruto y compraron jabones, champús, artesanía y aceite. Todo de coco.
“Las ballenas nos enseñaron que sin reglas, el turismo mata; pero con reglas, el turismo salva”, afirmó la maestra y científica Idelisa Bonnelly, pionera de la biología marina en RD, en entrevistas recogidas por la Fundación Propagas.
La miel del Cibao
El grupo escuchó hablar de unos apiarios y les pusieron en contacto con cooperativas en las montañas del Cibao Central donde, además de fortalecer la apicultura, han participado en programas de turismo rural sostenible. Allí Anna vivió la experiencia de apicultora y probó miel en panal, con cacao (más cacao), café o mango. Descubrió otro rostro del turismo comunitario.
* Impacto social: los apicultores venden directamente a turistas y exportan a ferias, recibiendo ingresos tres veces mayores que en el mercado local.
* Impacto ambiental: cada colmena protege bosques y poliniza cultivos. Según la FAO (2023), la apicultura comunitaria en RD ha contribuido a conservar más de 15 mil hectáreas de bosques secundarios.
* Experiencia turística: la visita incluye almuerzo con las familias, talleres de velas y catado de miel.
“Es turismo de sabor y de conciencia”, dice María Ramírez, apicultora de Jarabacoa. “El turista se lleva un frasco de miel, pero también la historia de quien la produjo y esa vivencia que no olvidarán jamás.” Y así, Anna y su nuevo grupo de amigos permanecieron todo un mes en el país, viajando a cada lugar que les ofrecía la oportunidad de vivir experiencias distintas.
Jarabacoa (La Vega)
* Impacto social: cooperativas de guías locales y familias ofrecen rafting, senderismo y hospedajes rurales; muchos jóvenes encuentran en estas actividades una alternativa de empleo frente a la migración.
* Impacto ambiental: ubicada en la cuenca del río Yaque del Norte, las actividades de bajo impacto promueven la conservación de ríos, bosques de pino y cascadas como Jimenoa y Baiguate.
* Particularidad: se autodenomina la “capital ecológica” del país, donde turismo y naturaleza se entrelazan en la montaña.
* Experiencia del viajero: remar en balsas comunitarias, caminar entre pinares con guías que cuentan leyendas locales y alojarse en ecoalbergues donde se cena junto a las familias anfitrionas.
Constanza (La Vega)
* Impacto social: asociaciones campesinas reciben turistas en fincas agroecológicas, ofreciendo experiencias de cultivo de fresas, vegetales y flores. El ingreso extra fortalece la economía rural.
* Impacto ambiental: rodeada de parques nacionales (Valle Nuevo y Ébano Verde), la agricultura sostenible y el turismo controlado ayudan a reducir la deforestación y conservar el bosque nublado.
* Particularidad: es el “valle encantado” más alto del Caribe (1,200 msnm), con clima templado que contrasta con el resto de la isla.
* Experiencia del viajero: cosechar fresas junto a campesinos, caminar entre senderos de neblina con guías comunitarios y disfrutar del paisaje montañoso mientras se comparte café de altura.
La Reserva Científica Ebano Verde, donde la Fundación Progressio trabaja en cogestión con el Estado merece un a parte con sus guardaparques comunitarios, senderos educativos y un límite de visitantes diario.
* Impacto social: jóvenes de la zona trabajan como guías oficiales.
* Impacto ambiental: la reserva protege uno de los últimos bosques nublados del Caribe.
* Experiencia turística: Anna participó en un recorrido interpretativo donde los guías cuentan leyendas locales y enseñan plantas endémicas.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza -UICN- reconoció en 2023 este tipo de cogestión como un “paradigma regional”, donde la comunidad deja de ser espectadora para convertirse en guardiana del territorio.
El sur también existe
Anna también quiso conocer la otra cara del país: la costa sur, muy pobre, menos turística, escabrosa, árida y agreste, donde la vida cotidiana de comunidades y una naturaleza salvaje y pródiga van de la mano.
Bahía de las Águilas (Pedernales)
* Impacto social: cooperativas de pescadores y familias locales organizan el transporte en bote y la gastronomía (pescado y langosta frescos). Los ingresos van directo a la comunidad en una de las provincias más pobres del país.
* Impacto ambiental: ubicada dentro del Parque Nacional Jaragua, parte de la Reserva de la Biosfera reconocida por la UNESCO, es una de las playas vírgenes mejor conservadas del Caribe.
* Particularidad: no hay hoteles en la playa, el visitante llega en botes comunitarios o por carretera y disfruta un entorno natural intacto.
* Experiencia del viajero: sentir que se pisa un paraíso aislado, acompañado por guías locales que narran leyendas del lugar y ofrecen pescado y marisco frescos.
“Aquí entendí lo que es el lujo de lo simple”, anotó Anna en su diario.
Laguna de Oviedo (Pedernales)
* Impacto social: más de 100 familias dependen del ecoturismo de la laguna, complementando la pesca con servicios de guías, transporte y venta de artesanías.
* Impacto ambiental: humedal de alta biodiversidad, hábitat de flamencos rosados, iguanas y más de 60 especies de aves migratorias.
* Particularidad: es una de las pocas lagunas salobres del Caribe, con islotes que sirven de refugio para aves y reptiles.
* Experiencia del viajero: navegar en botes comunitarios mientras los guías interpretan el ecosistema y comparten historias de vida, con la oportunidad de avistar bandadas de flamencos al atardecer.
Baní: Dunas de Las Calderas y Salinas
* Impacto social: asociaciones de jóvenes y familias locales ofrecen caminatas interpretativas, visitas a las salinas y gastronomía costera, generando empleo en un área con escasas oportunidades.
* Impacto ambiental: las dunas son un ecosistema frágil y único en el Caribe insular; las salinas representan una actividad tradicional de bajo impacto que mantiene viva la cultura local.
* Particularidad: un paisaje desértico inesperado en el corazón del Caribe, donde arena, mar y sal se combinan en un entorno singular.
* Experiencia del viajero: caminar entre dunas gigantes, conocer el proceso artesanal de la sal y cerrar la jornada con un almuerzo de mariscos preparado por familias de Baní.
Otros destinos de esperanza
El periplo de la alemana Anna Müller no estaría completo sin visitar el este, pero el grupo tenía claro que no quería ir a un resort. Menos aún después de las experiencias vividas en el norte y el sur, así que, allá fueron.
Parques y reservas naturales
Parque Nacional del Este / Cotubanamá (La Altagracia y El Seibo): senderismo, cuevas, playas vírgenes, biodiversidad marina y terrestre.
Laguna Bávaro / Punta Cana: manglares y humedales protegidos, rutas de kayak y observación de aves.
Playas y ecosistemas marinos
Isla Saona: parte del Parque Nacional del Este; excursiones ecológicas en lancha, snorkel y contacto con comunidades locales.
Isla Catalina: turismo de naturaleza y buceo con arrecifes coralinos.
Experiencias rurales y comunitarias
Proyectos de turismo rural en Miches: senderismo, granjas agroecológicas, observación de aves, experiencias con productores locales.
Eco-lodges en Punta Cana y Bávaro: alojamientos con enfoque sostenible, educación ambiental y actividades ecoturísticas.
Bayahíbe y la Isla Saona: cooperativas de mujeres venden artesanías y alimentos en el Parque Nacional Cotubanamá, combinando turismo con educación ambiental, pues financian talleres de conservación.
Miches: es un destino emergente donde conviven proyectos comunitarios con grandes y lujosos hoteles, lo que genera un debate sobre el modelo de desarrollo. En la laguna Redonda, asociaciones locales ofrecen paseos en bote y almuerzos de pescado fresco, con un modelo de turismo de baja escala que contrasta con la presión hotelera.
Un mosaico de experiencias
Los 30 días de viaje de Anna se convirtieron en un mosaico de lugares donde comunidad y medioambiente se entrelazan, con una diversidad amplia, con un hilo común: un turismo que no se limita a observar paisajes, sino que integra a la gente que los habita.
La Organización Mundial del Turismo cifra en 17% el porcentaje de viajeros europeos que priorizan experiencias de inmersión local y contacto con la naturaleza. Alemania, país de Anna, encabeza esa lista y este viaje muestra que el turismo tiene otro rostro: el de comunidades que entienden que la sostenibilidad es también una estrategia de supervivencia.
El ecoturismo comunitario complementa, diversifica y enriquece al turismo de sol y playa, que es como tradicionalmente se mira hacia el Caribe. Cuando Anna regresó a Alemania, llevó miel del Cibao, fotos de ballenas y la promesa de volver a remar en el río Jamao o en el Jimenoa, pero lo más importante fue la certeza de que el turismo puede ser otra cosa: un encuentro entre personas, un pacto con la naturaleza y una oportunidad de desarrollo real para comunidades que se niegan a ser simples espectadoras.
El reto es enorme: escalar estas iniciativas sin perder su esencia. Los ejemplos ya están ahí, como faros de esperanza en un país caribeño que busca equilibrar desarrollo, cultura y medioambiente.