Los puentes parecen la cosa más normal del mundo, hasta que te encuentras delante de un río o de un barranco sin ningún lugar por donde poder cruzar. Esto es básico para comprender cuál es su origen. En estos casos te das cuenta de cómo son limitadores, algunos obstáculos naturales, y de cómo llega a ser, de importante, un puente en el lugar oportuno.

El problema es que no es tan fácil hacer un puente que sea mínimamente resistente y mucho menos con los medios disponibles en la antigüedad. Los primeros puentes de la historia fueron simples troncos de árbol caídos con gracia sobre un arroyo. Bastaba un simple hacha para “construir un puente”.
Por allí se podía pasar y, por poco espabilado que fuera alguien, enseguida vería que poner un tronco sobre algún río podía ahorrar mucho camino. Pero aquello era sólo un paso provisional y completamente inservible si ibas con un vehículo. Es decir, un carro requiere un mínimo de condiciones y de tamaño para cruzar al otro lado.
Quién inventó el puente
Según los historiadores no se puede saber con certeza quién inventó los puentes. Más bien se trata de una evolución y mejora constante de una idea. Pero sí que podemos ofrecer una idea bastante aproximada de cómo fue la historia: Los grandes imperios estaban obligados a hacer puentes si pretendían que sus soldados se desplazaran mínimamente deprisa. Y, aunque fueran de madera, las cosas mejoraron un poco.

Pero el gran paso fueron los puentes de piedra. En el Antiguo Egipto se hicieron, pero con los romanos la construcción de los puentes llegó a la mayoría de edad. Fueron ellos quienes sacaron partido del arco para hacer puentes de piedra. De hecho, los hicieron tan resistentes que muchos prevalecen hoy en día.
Por desgracia, esta mejora fue la última durante muchos siglos. A lo largo de la época medieval los puentes cayeron y no se hicieron nuevos. Europa vivía de las rentas que el Imperio romano había dejado, y la técnica para hacer puentes, si no fue completamente olvidada, sí sufrió un profundo estancamiento.
Evolución de los puentes
Con la llegada de los ferrocariles, lo de hacer puentes volvió a ser una necesidad vital. Los trenes deben ir en línea recta en lo posible. Y, si en medio del camino hay un río, no hay más remedio que hacer un puente. Además, debe ser un puente suficientemente fuerte para aguantar el peso de un tren.
Lo que pasa es que el hecho de que se desarrollara el ferrocarril también quería decir que ya se podía trabajar el hierro a gran escala. Ya puestos, ¿por qué no hacer puentes de hierro? Durante un tiempo se comenzaron a experimentar diferentes tipos de puentes metálicos.
Pero años más tarde, cuando el hierro se sustituyó por el acero, con propiedades mucho mejores, las cosas sí que empezaron a acelerarse. Con nuevos materiales mucho más resistentes y más conocimientos sobre cómo usarlos ya se podían plantear puentes colgantes y otras estructuras más osadas.
En la actualidad los puentes han cogido tanto vuelo que, en Suecia por ejemplo, se encuentra el emblemático puente Öresundsbron que une Suecia con Dinamarca. Una obra que requirió los más avanzados cálculos matemátricos realizados por potentes ordenadores. Posee 82.000 toneladas, sostenidas por dos torres de metal de 204 metros de largo y una extensión de 16 km, incluida su sección de túnel subterráneo, es uno de los puentes más largos de Europa.

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Y otros puentes también tienen dimensiones descomunales. Por ejemplo, se ha convertido en un icono de Francia el puente de Millau, que dispone de más de trescientos metros de altura y más de dos kilómetros de largo.

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Ahora, cuando vamos en automóvil, podemos cruzar un puente casi sin darse cuenta de ello. Pero a veces no está de más recordar todo el camino que nos ahorramos gracias a una obra de ingeniería mucho más complicada de lo que puede parecer de entrada.
Fuente: Texto https://curiosfera-historia.com/
Fotos: Curiosfera/ BBC/AV.