SANTO DOMINGO.-En República Dominicana sabemos que se acerca el verano cuando a partir de mayo se intensifica el calor, la muchachada en edad escolar apura los exámenes para salir de vacaciones y los montes y algunas calles empiezan a mostrar el estallido repentino de color y la alegría que evocan los flamboyanes.
Cada uno floreciendo como le parece, desordenados; donde quiera que les pega el sol, sale un ramillete encendido de rojo y, rara vez, amarillo. Como sacado de un cuadro naïf, convocando al fuego y alegrando el alma. Ya entrado junio, arden sus copas imparables y la alfombra de pétalos en el suelo invita a una siesta bajo su prolija sombra.
Pueblos, calles y carreteras, a lo largo y ancho del país, se lucen con este frondoso y llamativo árbol cuya semilla llegó en el siglo XIX desde Madagascar, cruzando los mares, a saber en qué suela de zapato o en qué mochila aventurera. La isla lo acogió y él enraizó, de tal manera, que hoy es imposible imaginar un paisaje nacional o una estampa que no lo incluya.
Es nuestro
En la cultura popular dominicana, incluso se le dedica un pícaro refrán: “El flamboyán es como el matrimonio: primero el montón de flores y más tarde se llena de vainas.” Como toda relación humana.
Durante largos años, la entrada a la ciudad de La Vega y en especial la avenida Rivas, eran referente por las hileras de flamboyanes que adornaban ambos lados de las vías, recibiendo o despidiendo al viajero como tierra generosa y festiva.
Fotos y postales dan cuenta del espectáculo en los años 50, 60 y 70, aunque la depredación los redujo y hoy, en 2025, ya se ven las vías de nuevo repobladas con los gigantes rojos, y algunos amarillos. Su nombre en latín es delonix regia y en el habla cotidiana muchos dominicanos le pusieron el apodo cariñoso de “framboyán”, mientras se cobijan bajo su sombra o se dan un baño con los pétalos que caen como lluvia encendida, a ritmo de fichas de dominó pegando fuerte en la mesa y el grito de ¡capicúa 25!.
Pintores costumbristas como Yoryi Morel o Celeste Woss y Gil, o simplemente los pintores de brocha gorda, encontraron en su copa un motivo irresistible para capturar en el lienzo la luz y el calor de la isla. En sus cuadros, el flamboyán no es solo un árbol: es un personaje protagonista, es testigo del mercado, del caballo que pasa, la única compañía de la casita que languidece mientras el río huye detrás.
Y aunque el rojo es su sello más famoso, hay quienes presumen de un tesoro botánico: la variedad amarilla. Más rara y delicada, florece con un dorado que parece sol líquido, y en algunos jardines privados y parques es motivo de orgullo y curiosidad. Esos, en los montes se yerguen sabiéndose distintos, abriéndose paso entre la llamarada de sus hermanos rojos, diciendo: mírame, soy distinto, soy hermoso, soy único.
Siempre hay un pero
Para arquitectos y paisajistas, el flamboyán es un recurso de composición: se utilizan para enmarcar accesos, suavizar líneas duras en construcciones y crear ejes visuales en paseos y entradas de ciudades (como la emblemática hilera de La Vega). Además, su follaje ligero deja pasar luz tamizada, lo que favorece un microclima más fresco en espacios abiertos.
Con todo y su porte es majestuoso, el flamboyán tiene un lado oscuro: su madera blanda y porosa lo hace hospedero frecuente del comején, ese bichito carpintero, indeseado, que si encuentra grietas, instala su colonia y destruye desde adentro. Aun así, no representa una amenaza seria para las especies nativas; no invade bosques ni desplaza árboles autóctonos, aunque en espacios reducidos puede imponer su sombra y restar protagonismo a otros.
Es, más bien, un huésped escandaloso que conviene disfrutar con cuidado, controlando a tiempo sus plagas y dándole el lugar que merece en el paisaje o en las paredes de nuestras casas, donde nunca dejarán de florecer.
Aunque, desde antes que empiece el verano, los flamboyanes nos demostrarán que la belleza corre sin prisa: llega en su momento, se queda lo justo, y deja tras de sí un recuerdo que nos acompaña, probablemente hasta el próximo mayo, cuando inconscientemente miraremos si empiezan a florecer. Y entonces, volverán a ser tema de conversación y fotografías en Instagram o Facebook.

