SANTO DOMINGO, R. D. – En el corazón del Malecón de Santo Domingo, con vista al mar y aroma a albahaca y mozzarella, nació en 1954 una tradición que marcaría la historia culinaria del país: El Vesuvio, la primera pizzería formal de la República Dominicana.
Fundado por Annibale Bonarelli Izzo y su esposa Inmacolata Pascale, inmigrantes napolitanos llegados al país tras la Segunda Guerra Mundial, El Vesuvio fue mucho más que un restaurante. Fue el lugar donde muchos dominicanos probaron por primera vez una verdadera pizza italiana, cocida en horno de leña, con ingredientes traídos directamente de Europa o elaborados artesanalmente en su cocina.
La Margherita fue la favorita de los puristas: tomate fresco, mozzarella y hojas de albahaca. Pero otras se volvieron verdaderos íconos del menú: la Capricciosa, con champiñones y alcachofas, y la contundente Vesuvio Especial, con pepperoni, pimientos y cebolla morada, receta exclusiva de la casa. Cada una de ellas servida con la delgadez crujiente y el borde levemente inflado que sólo sabe dar la masa hecha con paciencia y técnica.
El local original, frente al mar, estaba decorado con detalles que evocaban Italia, como una fuente de mármol en la entrada, y el recordado mural cerámico que ocupaba una pared completa del salón principal. Hecho a mano y traído de Nápoles, mostraba una escena del golfo con el Vesuvio al fondo, veleros y casas colgantes. No era raro ver a los comensales contemplarlo mientras esperaban su pizza o su lasaña, como si les susurrara recuerdos de un país lejano, aunque jamás lo hubieran visitado.
Hoy y gracias a la sensibilidad de los propietarios, esta pieza cerámica se exhibe en un salón para él solito en el Centro León, en Santiago.
El ambiente era único: familiar y refinado. Desde dentro se podía ver el mar Caribe y, al caer la tarde, las luces tenues y la brisa creaban un escenario romántico. Era común ver a artistas, escritores, empresarios y familias enteras, reunidos bajo las sombrillas verdes y blancas que se convirtieron en parte del paisaje capitalino.
Con el tiempo, los hijos de Annibale, entre ellos Vincenzo (Enzo) Bonarelli, continuaron el legado. Se abrieron nuevas sucursales como el Vesuvio Tiradentes, “El Vesuvito”, liderado por su hermano Gaetano, y emprendimientos como Pizzarelli, fundado por otro de los hijos, Peppino Bonarelli, dando forma a una dinastía gastronómica.
El Vesuvio original cerró definitivamente a inicios de los 2000, víctima de los cambios urbanos, la expansión hotelera y la proliferación de cadenas multinacionales. Hoy solo queda alguna pared y los escombros. Entre el ruido de las palas mecánicas y la destrucción, se cuela el murmullo de aquellos domingos familiares, los atardeceres iluminados por el mortecino sol y las noches de amores furtivos y negociaciones políticas o empresariales.
Su recuerdo persiste: en las conversaciones de quienes aún saborean mentalmente esa primera pizza compartida frente al mar; en los álbumes familiares con fotos de cumpleaños bajo sus toldos rayados; y en cada pizza artesanal que se prepara con amor.
El Vesuvio no fue sólo una pizzería. Fue el lugar donde empezaron muchos inicios.

