Hace unos días, mientras atravesaba un proceso de desconexión, decidí quedarme en uno de nuestros apartamentos de inversión para abrazar un poquito la soledad. Era una manera de bajar el ritmo, observar, pensar y simplemente estar conmigo. No imaginé que, en medio de ese silencio buscado, terminaría recibiendo una de las lecciones más bellas sobre liderazgo.
Aquel día, unos minutos después de escuchar movimiento en los pasillos, el timbre de mi puerta sonó. No era una visita cualquiera. Era el propio desarrollador del proyecto, acompañado de su equipo, recorriendo los apartamentos en los que había recibido observaciones después de la entrega. Revisaban detalles, ajustaban cosas mínimas, y él estaba ahí, presente, sin alardes y sin protocolo.
Lo observé en silencio y me conmovió profundamente. Pensé: esto también es construir. Porque cuando alguien en una posición de liderazgo elige involucrarse personalmente, no lo hace por desconfianza, sino por coherencia. Lo hace porque entiende que la excelencia se modela, no se exige.
Ese gesto sencillo me recordó que todavía existen líderes que prefieren estar presentes, no para controlar, sino para acompañar. Porque saben que liderar no es mandar, sino servir. Y que incluso en una industria tan exigente como la construcción, donde los números, las fechas y las entregas dominan la agenda, sigue habiendo espacio para la humildad y la presencia.
He visto ambos lados del liderazgo en este sector. He conocido desalladores que dan la cara cuando las cosas van bien: para cerrar negociaciones, darle confianza al cliente y lograr que se haga efectiva la venta. Y también a quienes, después de esa presencia continua y dispuesta durante todo el proceso de negociación hasta el cierre, desaparecen cuando los tiempos de entrega se retrasan o las promesas no se cumplen.
No lo digo desde el juicio, sino desde la experiencia. Desde mi rol como creadora del programa Equilibrio Inmobiliario y relacionista pública en el sector construcción, he podido tener una perspectiva profundamente humana. He visto la alegría de los inversionistas cuando todo fluye, pero también la decepción cuando no se les responde con transparencia.
Por eso, aquel desarrollador me inspiró. Me recordó que la verdadera autoridad no se impone desde la distancia, sino que se gana desde la presencia, desde dar la cara. Que los equipos no siguen cargos, sino ejemplos. Y que cuando un líder recorre los pasillos, escucha, observa y se ensucia las manos si hace falta, envía un mensaje silencioso pero poderoso: «Confío en ti, pero también me importa tanto como a ti».
Creo que el sector construcción necesita más de eso: más líderes conscientes, más humildad activa, más presencia humana detrás de cada plano, cada entrega y cada promesa. Porque construir no es solo levantar estructuras —como he dicho un montón de veces— sino edificar confianza.
Y al final, de eso se trata: de hacer las cosas bien, incluso cuando nadie está mirando. De mirar el detalle, dar esa palmadita invisible al equipo, reconocer lo que está bien hecho y asumir lo que hay que mejorar.
Porque cuando la humildad también construye, la excelencia deja de ser un discurso y se convierte en un hábito. Y quienes lideran desde esa coherencia no solo transforman proyectos: transforman personas.

