Hace algunas semanas sostuve una conversación por WhatsApp con mi estimada y admirada Reina Schenique que me dejó pensando. Coincidimos en algo que ambas venimos percibiendo con inquietud: la depresión empresarial que está afectando al sector. Ese tema que a las dos nos mueve desde nuestra sensibilidad y humanidad compartidas me quedó resonando. Y como suelo hacer cuando una conversación enciende algo en mí, atiendo al llamado de la inspiración y hoy lo traigo a la mesa.
En el mundo inmobiliario estamos acostumbrados a hablar de metas, cierres, lanzamientos y estrategias comerciales. Sin embargo, existe un fenómeno del que casi nadie habla y que silenciosamente está golpeando a muchas empresas: la depresión empresarial. No es un término poético; es una realidad que se siente cuando la energía del equipo baja, cuando los espacios pierden vida y cuando el ánimo colectivo comienza a desgastarse sin que nadie lo detecte a tiempo.
Esta depresión suele empezar con algo aparentemente simple: la inconsistencia en la asistencia a la oficina. Cada vez más agentes trabajan desde casa o se presentan solo cuando tienen clientes programados. Pero mientras tanto las oficinas —esas en las que los fundadores invirtieron tiempo, recursos y visión para crear un ambiente propicio— se quedan vacías. Y ese vacío pesa. Lo siente el CEO que observa escritorios sin uso y percibe poca valoración hacia la estructura creada. Lo experimenta el personal administrativo que labora desde un espacio silencioso y poco concurrido, viendo afectadas su motivación y su sentido de propósito. Y lo padece sin decirlo el propio equipo de ventas, porque un entorno apagado termina apagando también su voluntad de avanzar.
Me viene a la memoria el libro de mi mentor John C. Maxwell, Las 15 Leyes Indispensables del Crecimiento. En su Ley del Entorno —que si mal no recuerdo es la número seis— Maxwell nos recuerda algo fundamental: el entorno siempre influye. Puede impulsarnos o puede hundirnos. Y en el sector inmobiliario esto cobra especial sentido. No es lo mismo trabajar solo desde la comodidad de la casa, desconectado y operando por reacción, que estar en una oficina donde se celebran cierres, se escuchan objeciones reales, se comparten estrategias y se respira movimiento. Ese intercambio orgánico es combustible. Cuando falta, la motivación se diluye.
Desde mi incursión en el desarrollo organizacional y la creación de cultura empresarial puedo decirles que la depresión empresarial no llega de golpe. Llega de forma sutil, como un cansancio prolongado que va afectando productividad, relaciones y compromiso. Pero también sé que se puede revertir si se atiende a tiempo: fortaleciendo la cultura, creando entornos que inviten a regresar, estableciendo rituales internos que mantengan la conexión humana y promoviendo una presencia física estratégica que reactive la energía colectiva. Cuando esto no ocurre, el desgaste avanza silencioso y desalentador, empujando a algunos agentes a desertar del negocio y llevando a ciertos fundadores a cerrar sus inmobiliarias para unirse a otras empresas en busca de un ecosistema más vivo.
Y es aquí donde quiero hablarles desde el corazón.
Si eres líder, fundador o CEO, no te rindas. Tu visión aún tiene fuerza y tu oficina puede renacer.
Si eres agente y estás viviendo la noche oscura de las ventas, tampoco te rindas. Las rachas difíciles no definen tu potencial.
Como aprendiz de poeta y amante de la poesía me tomo la libertad de cerrar invitándoles a reflexionar en el poema No te rindas de Mario Benedetti. Hoy hago mía esa voz para extenderla a ustedes:
No te rindas, aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento.
Aún hay fuego en tu alma.
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo.
Porque cada día es un comienzo nuevo.
Porque todavía puedes volar.

