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Rituales domésticos y comunitarios para recibir el año nuevo

Limpiar la casa a fondo, colocar monedas en los zapatos, cargar lentejas en los bolsillos, usar ropa interior amarilla, roja o verde, colores asociados con el dinero, el amor y la salud, quemar el año viejo y salir corriendo arrastrando una maleta, son algunas actividades muy dominicanas.

SANTO DOMINGO. – Durante décadas, cada 31 de diciembre se vive en dos etapas: la de puertas hacia adentro y la de puertas hacia afuera. Esa es la noche del brillo, las lentejuelas, derroche de todo tipo y también una en la que las tradiciones y rituales individuales y colectivos reviven de manera expresa.

Lejos de ser actos aislados o meras supersticiones, estos rituales condensan capas profundas de historia, religiosidad popular e identidad cultural, en los que el hogar es el primer escenario.

La cosa empieza incluso días antes, con la limpieza a fondo de la casa, el bote de cosas rotas, inservibles y de mala recordación y tradicionalmente la pintura interior y exterior de la casa es incluso previa a la Nochebuena, pero es también parte de esa creencia de que el año nuevo debe encontrar la vivienda impecable, “para que entre la gracia de Dios.”

No se trata solo de ordenar. Barrer “de adentro hacia afuera”, botar ropa vieja o echar agua con amoníaco responde a la idea simbólica de expulsar lo negativo acumulado durante el año. Prácticas similares han sido documentadas de manera recurrente por la prensa nacional como parte del repertorio cultural del fin de año en el país.

A la limpieza se suman rituales de prosperidad como colocar monedas en los zapatos, cargar lentejas en los bolsillos o estrenar ropa y en especial el uso de ropa interior interior amarilla, roja o verde, colores asociados respectivamente con el dinero, el amor y la salud.

Probablemente debido a la alta migración de dominicanos a España, cada vez es más frecuente encontrar personas que realizan el ritual de comer 12 uvas a la medianoche, una por cada mes.

El sociólogo y folclorista Dagoberto Tejeda, explica que estas acciones deben entenderse dentro de un proceso cultural más amplio y en un ensayo sobre las celebraciones navideñas dominicanas, dice que: “la Navidad es una festividad cristiana… sin embargo, en países como el nuestro, poco a poco se ha ido transformando debido a que lo religioso, lo simbólico y lo cotidiano, se entrelazan».

El fuego funciona aquí como símbolo de cierre, renovación y purificación. (Fuente externa).

Año nuevo en la calle

Aunque el término Nochevieja es más de uso español, aquí poco a poco se ha difundido y resignificado con los usos y costumbres locales, incluyendo los cambios generacionales. Y si el hogar es el primer espacio ritual, la calle es el escenario donde el rito se vuelve colectivo.

Hasta hace unas cinco décadas, en las calles de barrios y campos, el fuego tomaba protagonismo con la quema de muñecos, hechos de ropa usada, cartón o aserrín, que representaban el año que termina, el “año viejo”, mientras los fuegos artificiales y la música convertían el cierre del calendario en una experiencia comunitaria.

Aunque cada vez menos, en barrios del Gran Santo Domingo y del interior del país aún persiste la quema del “año viejo” y a veces caricaturizan figuras públicas como políticos; otras, encarnan simplemente lo malo que se desea dejar atrás.

Diversos medios de comunicación han documentado esta práctica como una forma de catarsis social, aunque también como un evento que en años recientes ha sido objeto de regulaciones por razones de seguridad.

El fuego funciona aquí como símbolo de cierre, renovación y purificación, una idea presente en múltiples culturas desde hace miles de años, y que en la República Dominicana adquiere un carácter festivo.

Mucho antes de la democratización de los viajes, con tours a precios asequibles y políticas nacionales de fronteras abiertas, salir corriendo mientras se atrastraba una maleta era una forma de que en el año que inicia se pegara un viajecito. Y se sigue haciendo, incluso si se está en países fríos.

Salir corriendo mientras se atrastra una maleta es una forma de que en el año que inicia se pegara un viajecito. (Fuente externa).

Y aunque ya es más fácil salir del país, esta costumbre permanece, aún en las colmenas verticales que han sustituido a las viviendas unifamiliares y se ve a decenas de personas en los parqueos de edificio, felicitando el año nuevo, con su maletica a rastras.

En barrios populares la celebración se completa regularmente con música a alto volumen, fuegos artificiales y encuentros espontáneos entre vecinos, ya que el nuevo año no se recibe únicamente en familia: se recibe en comunidad, en la calle, el estacionamiento, el parque o en la fiesta compartida en la plaza del pueblo.

En sectores de clase media alta y alta, esta celebración se ha replegado hacia lo privado: cenas familiares, televisión, series y un brindis íntimo. La calle, antes escenario de abrazos y música, se ha ido apagando.

Sincretismo y religiosidad popular

Más allá de los rituales visibles, el fin de año dominicano también revela la persistencia del sincretismo religioso. Oraciones católicas, promesas, limpiezas espirituales y prácticas heredadas de tradiciones afrocaribeñas conviven sin conflicto en la vida cotidiana.

El sociólogo Carlos Andújar Persinal, uno de los principales estudiosos de la religiosidad popular en el país, ha documentado cómo estas expresiones forman parte de una misma matriz cultural, en la que lo católico y lo afrodescendiente se integran en prácticas comunes y socialmente aceptadas.

Investigaciones y ensayos sobre la religiosidad popular señalan que plegarias católicas, rituales de protección y limpiezas simbólicas, como “sahumerio” a las 12:00 de la noche, suelen intensificarse en momentos de transición del calendario, como el cierre del año.

Ritual, incertidumbre e identidad

Usted no sabe por qué cumple estas rutinas y a la medianoche del 31 de diciembre enciende un chin de carbón, así sea en la tapa de una olla vieja, y arroja incienso y a veces mirra al fuego. La globalización trajo las varitas utilizadas en oriente y ya no es necesario poner en riesgo la integridad de la casa.

Y si no tiene un incensario, si vive en la capital, en algunas esquinas de la 27 de Febrero, como con la Núñez de Cáceres, los vendedores ambulantes le ofrecerán el kit completo: el fogoncito de hojalata y el sobrecito de incienso.

Desde la sociología y la antropología, estos rituales cumplen funciones claras: ayudan a gestionar la incertidumbre frente al futuro, refuerzan la cohesión social y permiten a las personas sentir control simbólico sobre aquello que no pueden prever.

En un contexto marcado por crisis económicas, migración y cambios acelerados, el rito se convierte en ancla y allá donde va el dominicano, sean a Alaska, Europa o la Patagonia, repite de alguna manera uno o todos los rituales que aprendió.

Como señala  Dagoberto Tejeda en distintos análisis sobre cultura popular, las fiestas y rituales no son simples expresiones folclóricas: son mecanismos de afirmación identitaria, espacios donde la sociedad se reconoce a sí misma y actualiza su memoria colectiva .

Un año que se va, una cultura que permanece

Al sonar las doce campanadas, por decir algo porque aquí solo se escucha el estruendo de los fuegos de artificio, el musicón y la bullanguería entre abrazos, cuando se apagan los muñecos quemados y se cierran las puertas que se abrieron de par en par para dejar salir lo viejo, la República Dominicana entra en un nuevo año sin romper con el anterior.

Los rituales domésticos y comunitarios no prometen soluciones mágicas, pero ofrecen algo igualmente valioso: continuidad cultural, sentido de pertenencia y la esperanza compartida de que lo que viene puede ser mejor.

En ese equilibrio entre la escoba, el amoníaco, la maleta y el fuego, entre la mesa familiar y la calle del barrio, el país vuelve a narrarse a sí mismo, año tras año.

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Solangel Valdez
Solangel Valdez
Periodista, fotógrafa y relacionista. Aspirante a escritora, leedora, cocinadora y andariega.
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