En barrios y campos, no tanto en zonas residenciales, la fiesta se extiende a la calle, con vecinos que comparten abrazos, platos y tragos.
SANTO DOMINGO. – La Nochebuena en República Dominicana es mucho más que la víspera de la Navidad: es el corazón de las fiestas, cuando las familias se reúnen cada 24 de diciembre en torno a un banquete que no sabe de crisis ni de ausencias, para celebrar la tradición, la abundancia y la alegría.
Las mesas por lo regular lucen un mínimo de nueve platillos distintos, entre los que se incluye nuestro pan particular: la telera. El trueque entre vecinos, cada vez menos frecuente, incrementa la variedad de opciones en la opípara oportunidad y la solidaridad anda a flor de piel.
Una de las mejores partes: toda la comida que queda, que muchas veces alcanza para dos o tres días de “recalentado”, que a muchos gusta y a otros no tanto.
Como todo, esta celebración también es un espejo de los cambios sociales. Algunas costumbres se mantienen, otras se transforman y varias se han ido perdiendo con el paso de las décadas.
La Nochebuena dominicana se vive con música, abrazos y visitas inesperadas y es la noche de mayor reunión del año: se comparten regalos, se recuerdan ausencias y se celebra la unión.
La Nochebuena dominicana sigue siendo abundante y alegre, pero ya no es la misma de hace tres o cuatro décadas. Entre el cerdo asado y la ensalada rusa, entre el brindis y la música, sobreviven recuerdos de una fiesta más comunitaria, donde el Niño Jesús dejaba regalos en el Cibao y en la misa “Del Gallo”, a la medianoche, reunía a familias y comunidades enteras.
Hoy, en cambio, la Nochebuena se ha replegado hacia lo privado: cenas familiares puertas adentro, televisión y series después de la medianoche. La inseguridad, la urbanización y los cambios culturales han reducido la dimensión comunitaria de la fiesta.
En cualquier época, la nostalgia acompaña la cena: recordamos lo que fuimos mientras celebramos lo que aún somos. Guardamos la silla de los que ya no están y, con todo, la Nochebuena sigue siendo el momento en que el país entero se sienta a la mesa, con esperanza y calor humano.
Hace unos cuantos años había…
– Regalos del Niño Jesús: en el Cibao, los niños encontraban obsequios debajo del árbol y se les decía que los había traído el Niño Jesús. Era una tradición netamente cibaeña, distinta a la de Santa Claus, que regala el día 25. Todavía se mantiene esta tradición en algunas familias.
– Visitas nocturnas: las familias salían después de la cena a felicitar a vecinos y conocidos, incluso a desconocidos, convirtiendo la ciudad en una fiesta compartida.
– Misa del Gallo: muchas familias asistían a la misa de medianoche, reforzando el sentido espiritual de la fecha.
– La calle como extensión de la casa: la música alta, los juegos infantiles y los abrazos colectivos eran parte inseparable de la celebración.
– Por una noche los niños y niñas tenían el permiso para probar un trago de vino o medio vasito de ponche.
– La hora de dormir: el momento de los pequeños irse a la cama se alargaba y podían estar jugando hasta que les diera sueño.
– En la calle de noche: los pequeños podrían estar calle arriiba y calle abajo jugando entre sí y disfrutando los fuegos artificiales.
– Brillo quemado: ante la escasez de recursos, los niños de los barrios más pobres usaban una tira de brillo fino, encendida en un extremo y salían agitando los brazos para dispersar el chispero.
El menú de la Nochebuena
La mesa es, en definitiva, la protagonista de esta historia y el centro de la celebración. En casi todos los hogares dominicanos se sirve:
– Cerdo asado o pierna horneada: el plato estrella, aderezado con zumo de naranja agria y especias.
– Moro de guandules: infaltable en la mesa, símbolo de abundancia.
– Ensalada rusa: con papa, zanahoria, (remolacha) y mayonesa. Los más atrevidos le ponen manzana.
– Pasteles en hoja: mezcla de víveres molidos, rellenos de carne, envueltos en hojas de plátano.
– Telera o pan especial de temporada: para acompañar los platos fuertes.
– Lasaña o espaguetis: la lasaña rellena de carne y los espaguetis al estilo dominicano, en salsa roja.
– Frutas importadas: uvas, manzanas y peras, que llegaron con la influencia española y norteamericana.
– Dulces navideños: turrones, galletas, gomitas y, en algunos hogares, arroz con leche o majarete.
– Bebidas: ron, vino, ponche casero y la infaltable cerveza.
Y la telera, con su toque de anís que la distingue de otros panes, se convirtió en el pan navideño más emblemático del país, porque las panaderías locales comenzaron a producirla solo en diciembre. Su miga suave y su forma alargada la hicieron ideal para compartir en la mesa festiva, y hoy es inseparable de las cenas de Nochebuena y Año Nuevo. Y no se la come casi nadie esa noche, pero qué rica es al día siguiente con un chocolate de leche calentito.
Aunque cambien las formas, la Nochebuena sigue siendo el espejo donde los dominicanos miramos nuestra manera de celebrar la esperanza, la abundancia y la solidaridad.



