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lunes 27 – octubre 2025
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Efluvios de cacao en noches de aguacero

Cuando llueve, se activa el “modo chocolate”, extremadamente contagioso y no llega solo, le acompaña el antojo más peligroso: el pan de agua con mantequilla.

SANTO DOMINGO.-  En este país, cuando llueve, las noches se inundan de aroma a especias, a nostalgia y a acurruque. No solo se mojan las aceras: se despiertan los recuerdos y ese perfume se escapa por las rendijas de las casas, cruza los patios y se trepa por las ventanas. Porque es imposible guardar esos efluvios, ellos solitos se comparten.

Por casi todas partes huele a chocolate, a memoria atávica y a tiempo que invoca a la nostalgia, los recuerdos de infancia. Y tratamos de adivinar qué especias le puso cada quien, pues las recetas varían según quien y de dónde viene.

“Con agua o con leche y que le aproveche” decía aquella publicidad y así crecimos, sabiendo que de las dos maneras es delicioso y convoca al junte, a comer gallina o sentarse en una mecedora a ver la lluvia caer o a leer un libro de poemas. El “Inventario” de Benedetti, por ejemplo.

Con o sin malagueta, con o sin nuez moscada, con clavos dulces o sin ellos, pero siempre con canela.

Hay quienes son atrevidos y le ponen anís estrellado o cardamomo, ¡qué finos!.

Lo que no puede faltar es una pizca de sal. Ni más, ni menos. La pizca adecuada, y mi abuela tenía esa medida en la palma de sus manos, las mismas con que agarraba el molenillo y en una danza casi sobrenatural, producía la rica espuma. Y nunca le puso azúcar. Yo tampoco.

Cuando ese anuncio tácito llega por el aire, se activa el “modo chocolate”, extremadamente contagioso y no llega solo, le acompaña el peligroso pan de agua con mantequilla. Si no hay, hasta se inventa, y qué rico mojarlo en la taza y verlo humear.

Memoria y cultura

Este aspecto de nuestra cultura mezcla el deseo de calidez con la memoria afectiva. Desde generaciones pasadas, el chocolate caliente ha sido sinónimo de abrigo emocional, pues las abuelas lo preparaban en días grises, convirtiéndolo en un ritual de recogimiento y cuidado.

Esos días sin sol, de aguaceros o lluvia intermitente, son preludio de un atardecer o noche fragante de especias, de cálida compañía o lectura reconfortante.

Ponemos una olla de fondo grueso a fuego alto, con la cantidad de agua, la pizca de sal y las especies escogidas, que echamos una a una, empezando por la canela. Cuando el agua empieza a susurrar, agregamos las tabletas de chocolate, previamente machacadas y bajamos el fuego al mínimo. Dejamos que el calor y la alquimia hagan lo suyo, seduciendo al chocolate  hasta derretirlo.

Aquí revelaré uno de mis trucos: cuando se forma una espumita que amenaza con salir de la olla, como quien firma una carta con cariño y cuidado, añado un chorrito de esencia de almendras y un chorrito de ron dorado. El vapor se vuelve perfume y la cocina, santuario. Empiezo a batir como si no hubiera un mañana, con un batidor de barillas, que los antiguos ya no se ven. Ese era el secreto de mi abuela, batirlo hasta que la espuma forme una nube y lo retiro del fuego.

Sirve en taza, en jarrito, en pozuelo. Da igual, ese chocolate te calentará las manos, el alma y hasta los pensamientos. En compañía o en soledad, esa taza te abraza sin protocolos: solo el ritual de sentarte, mirar la lluvia y dejar que el chocolate cante en tu oido.

Esta receta no busca impresionar, sí acompañar. Es una bebida que sabe a infancia, a campo, a conversación pausada. Y cuando el vecindario huele a chocolate, todos saben que la noche será buena.

Curiosamente, aunque el cacao es originario de América, cultivado y reverenciado por los pueblos mesoamericanos, en España el chocolate caliente encontró su forma espesa y ceremonial.

Los conquistadores llevaron el cacao al Viejo Continente, y allí se transformó en bebida de invierno, reconfortante y festiva. Hoy, tanto en Santo Domingo como en Madrid, aunque allí en textura cremosa, el chocolate caliente sigue siendo símbolo de abrigo, pausa y memoria compartida.

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Solangel Valdez
Solangel Valdez
Periodista, fotógrafa y relacionista. Aspirante a escritora, leedora, cocinadora y andariega.
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